La vista aérea de la vía Alóag-Santo Domingo es impresionante. Un delicado trazo de acuarela del color del cedro en medio de una selva impenetrable, una serpiente deslizándose por el filo de una imponente cadena de montañas. Cuesta creer que esta carretera sea tan altamente transitada y, de inicio, que se haya podido construir sobre una tierra tan delicada. Su construcción es un símbolo tanto de la tenacidad de los ecuatorianos como de su terquedad. Nos hemos rehusado a encontrar una alternativa de transporte terrestre, pero también rechazamos la idea de mudar los tradicionales polos comerciales del país.

A cargo de esta vía se encuentra la prefecta de Pichincha, Paola Pabón, quien se jactó hace poco de que está preparada para conducir el país. Según ella, es tan capaz que el principal camino a la Costa desde la capital se encuentra en estado “óptimo” gracias a su gestión. Pero desde hace seis décadas, el sinuoso camino que sale de la tierra del pueblo Panzaleo continúa siendo testigo de desprendimientos de taludes y siniestros de tránsito que provocan la muerte de personas y pérdidas económicas en diferentes sectores. Los contratos de casi 400 millones de dólares entregados a un solo constructor, Hidalgo e Hidalgo, no solucionan de lejos los problemas. La vía nunca está terminada sin importar el número de intervenciones, remediaciones y mantenimientos realizados.

Carriles sin trazar, reducciones inesperadas de carril sin señalizar, bultos en el asfalto, baches, inclinaciones comprometedoras en curvas. Los puentes que se instalan para mejorar la vía duran poco sin presentar problemas de envergadura. Parece un mal matrimonio, una pesadilla después de una cena abundante, una típica promesa política.

Para ganar votos, la patria es lo más importante en la vida, pero hasta ahí llegan los tomadores de decisión.

La prefecta viaja de Quito a Guayaquil cómodamente en avión; ella no tiene que manejar un tráiler, un camión, un auto cualquiera por esa carretera peligrosa. No pone su vida en riesgo como lo tienen que hacer los miles de personas que viajan por esa vía a diario. Quizás por eso no ve, no sabe, no entiende. Si alguna vez Pabón se traslada por ahí, lo hace en un auto con chofer mientras escribe mensajes en redes sociales sin regresar a mirar por la ventana. Cuando pisa el concreto es para entrar a una boutique, lo suyo no es viajar por la desgraciada vía que une la Costa con la Sierra del país. Por eso se le hace fácil afirmar con desparpajo que se encuentra en estado “óptimo”.

Aunque la autoridad de Pabón está circunscrita a una provincia, su gestión afecta a una importante parte del país.

Quizás por esta vez, en lugar de competir, los habitantes de Quito y Guayaquil pueden concurrir por un objetivo en común, que alguien tome acciones decididas y lógicas frente a las necesidades de cambio en esta carretera. Es posible que eso permita estrechar los vínculos tanto simbólicos como físicos que unen a estas dos importantes ciudades de Ecuador. (O)