Las relaciones internacionales han cambiado radicalmente en los primeros 100 días de la administración del presidente Donald Trump, lo que tiene profundas implicaciones para la mayoría de los países del mundo.
Faltan aún, a la fecha que escribo esta columna, 1.361 días de la Administración de Trump, lo que significa un tiempo enorme para una reformulación sustantiva de las relaciones bilaterales y multilaterales del mundo.
Donald Trump recibió un mandato de la mayoría de los electores estadounidenses: romper el status quo y cambiar a Estados Unidos. Sin duda, está intentando cumplir con su base electoral, pero sin analizar a cabalidad las consecuencias de sus acciones. Para muchos analistas, Estados Unidos ha entrado en una guerra de culturas polarizantes, cuyo efecto cambiará a ese país en forma determinante.
La trascendencia de las medidas aplicadas ha provocado una “incertidumbre radical” en todos los sectores de decisión política, económica y social del planeta. Tomados por sorpresa por la profundidad de las afectaciones, los gobernantes han optado por diferentes reacciones de corta y larga duración; entre ellas, buscar nuevos entendimientos con los Estados Unidos o, siguiendo la línea de China, confrontar las medidas del presidente Donald Trump.
Según fuentes estadounidenses, más de un centenar de países han manifestado su voluntad de iniciar negociaciones comerciales. Es como un ajedrecista jugando frente a 100 contrincantes, cada uno con intereses diversos y particularidades distintas. Parecería que todos están renuentes a coordinar entre ellos las estrategias de negociación. Sin conocer las concesiones o exigencias que el negociador principal ha impuesto, van ciegos a la mesa a tratar de defender sus intereses seculares con pocas o ninguna posibilidad de éxito. Este ejercicio parece más una coerción que una negociación.
Como estrategia para esta negociación bilateral múltiple, es recomendable no ser el primer país que negocia, como tampoco es bueno ser el último. Hay que medir lo que otros obtengan en ese forcejeo, para así comprender los límites y las líneas rojas que tiene cada país. Lo que han manifestado especialistas es que Estados Unidos no tiene, en este momento, los cientos de equipos necesarios para atender negociaciones simultáneas, lo que no solo requiere experimentados negociadores, sino una coordinación entre ellos que resulta extremadamente difícil, por el temperamento imprevisible de su líder.
Las “órdenes del Ejecutivo” expedidas en los 100 días son sobre temas multidimensionales y multisistémicos complejos. La transformación interna en Estados Unidos arrastra al mundo con sus decisiones, generando preocupación y miedo, ya que buscan, según sus más cercanos colaboradores, un “reequilibrio del mundo”.
Estas negociaciones traerán previsiblemente la afectación de la sociedad global y el establecimiento de nuevos esquemas geopolíticos, de alianzas o de regionalización, cuyas ventajas y desventajas apreciaremos en los próximos años o décadas. (O)