Me parece que aquello que informó el ministro de Economía, Juan Carlos Vega, sobre que el multimillonario endeudamiento del país con organismos internacionales –en el último año– es lo que ha “salvado la dolarización” en el Ecuador, es tan dudosamente creíble como la existencia del Plan Fénix. O al menos, el funcionario aún no ha leído el informe del periodista Alexander Clapp, publicado con el apoyo del Centro Pulitzer: Un viaje por el nuevo narcoestado del mundo.
La mítica propuesta de que solo el endeudamiento nos salvará de la desdolarización la escuché en el condensado “informe a la nación” por el primer año de gobierno, mientras que lo segundo lo leí en The Economist. Descarnada radiografía de la miseria, desamparo, terror y resignación forzada en la que viven ecuatorianos asentados en los barrios pobres de Guayas, Santa Elena, El Oro, Los Ríos… Durán. Y de cómo se lavan millones de dólares en un país que exporta uno de cada tres bananos que se consumen en el planeta Tierra.
Una mafia sobrefinanciada con dinero sucio, dispuesta a cortar la lengua a niños para que les quede claro a quién deben apoyar con su silencio, y cuya capacidad le ha permitido penetrar instituciones estatales, tropas de uniformados, finos periodistas y políticos de empinadísimos cargos.
Y la pregunta es ¿cómo llegamos a esto? Necio sería responsabilizar al régimen de Noboa de la situación –o tener muchas esperanzas de que nos vaya a sacar de este pozo–, pues a todas luces llegar a este nivel habrá tomado su tiempo, y enmendarlo, mucho más. Pero al menos lo que deberíamos asumir es esa demanda de protección de un Estado que nos ha desplazado porque sus urgencias y prioridades están fijadas en temas de estricto cálculo electoral. Esta crónica del estado de violencia que vive el país sale a luz pública a menos de una semana de que el cuñado de un expresidente reciba una condena por delincuencia organizada. Más de un mes después de la revelación de los chats del excandidato presidencial Fernando Villavicencio. A días de que el sistema de justicia dé lectura de sentencias a jueces acusados de delincuencia organizada. Ni para negar que o actuamos o nos volvemos cenizas.
Permítanme alternar mi comentario con otro tipo de cenizas en las que se han convertido miles de hectáreas del querido país: los incendios forestales. Este año han sido particularmente devastadores, especialmente de la zona del Austro, Azuay y Loja, alentados además por una de las peores sequías del último medio siglo. Más de 76.000 hectáreas de vegetación calcinadas en todo el territorio nacional. Más de 5.000 incendios que en simultáneo estuvieron ardiendo sin control. Y con certezas de que allí hubo responsabilidad humana.
En Azuay se perdieron más de 15.000 hectáreas del Parque Nacional Cajas, Patrimonio Natural del Estado; humedal donde se inicia el ciclo de lluvias, de regadíos, de potabilización y hasta de generación eléctrica gracias al paso de sus afluentes por las cuencas australes.
Otro síntoma del desolador presente que nos agobia. Y de cuán listos estamos para enfrentarlo. (O)