Que María Corina Machado haya recibido el Premio Nobel de la Paz no es un accidente. Es el reconocimiento internacional a una trayectoria pública de oposición a la represión y a la usurpación de la democracia en Venezuela.

Machado es un símbolo de la resistencia democrática en un país donde los canales de participación han sido sistemáticamente cercenados. Esa verdad incómoda es la que desarma tanto a los apologistas del autoritarismo como a los oportunistas que hoy se rasgan las vestiduras.

Quienes critican el Nobel por la ideología o por los aliados internacionales de Machado ignoran, deliberadamente, el núcleo del asunto: el pueblo venezolano ha sufrido detenciones arbitrarias, torturas, persecución de opositores, limitaciones graves a la libertad de prensa y una crisis humanitaria que ha provocado una de las migraciones masivas más grandes de la historia. Organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han documentado patrones sistemáticos de violaciones bajo los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Esos informes no son opinables: son testimonios de los abusos que explican por qué la comunidad internacional considera urgente apoyar a las voces que piden un cambio de régimen.

Que mandatarios y exmandatarios que avalaron o toleraron prácticas autoritarias se conviertan ahora en jueces morales habla menos de Machado y mucho más de su hipocresía política.

No se puede tapar el sol con un dedo. La camisa de fuerza que chavismo-madurismo les han colocado a las instituciones venezolanas –desde la captura de poderes hasta el uso selectivo de la justicia– fue y es la causa de la tragedia de ese país.

Premiar a Machado no premia “la derechización” de nadie. Premia a una defensora de derechos que, pese a ser descalificada, perseguida y forzada al exilio o la clandestinidad, no abandonó su compromiso con elecciones libres, el restablecimiento de la legalidad y un verdadero Estado de derecho. Esa persistencia y valentía merece no solo respeto, sino respaldo político y simbólico a nivel global.

Los ataques desde sectores autodenominados “de izquierda” –que prefieren mirar a otro lado ante violaciones graves cuando estas ocurren bajo gobiernos ideológicamente afines– son una traición a los principios elementales de la izquierda democrática, que históricamente debería ser la primera en reclamar derechos humanos universales. Defender a Machado hoy es, en efecto, reclamar coherencia: si los derechos humanos valen, deben valer para todos, también cuando los vulneradores se proclaman revolucionarios.

Negar la realidad del sufrimiento venezolano y la responsabilidad de Chávez y luego Maduro bajo pretextos ideológicos es convertir el discurso progresista en un juego retórico, vacío de toda coherencia y sustancia. María Corina Machado recibe el Nobel de la Paz en nombre de todos quienes, como ella, han sufrido ataques y persecuciones simplemente por defender las libertades fundamentales de los venezolanos. Quienes la atacan hoy por ello deberán responder ante la historia: ¿están con las víctimas de la represión o con los verdugos que por años las cometieron? (O)