La última vez que un político lideró el camino hacia una nueva Constitución terminamos con el documento de Montecristi. Me cuento entre las personas que más duramente ha criticado esa carta política. Además, también estuve en contra en 2006 de ir a una constituyente. De manera que ahora en 2025 podría estar saltando por una nueva Constitución para deshacer todo lo transcurrido. Pero me encuentro nuevamente donde empecé en 2006: cambiar de constitución no es algo nuevo ni radical, es una tradición nacional y regional. La Constitución actual es la número 21 y en América Latina el promedio de constituciones por país es 20. El desarrollo no es imposible sin estarla cambiando a cada rato. Por ejemplo, Estados Unidos tiene la misma constitución desde 1787, el Reino Unido tiene la Constitución “no escrita” que se deriva de una combinación de leyes, precedentes judiciales, trabajos académicos y tradiciones constitucionales.

Vías modificatorias de la Constitución

No obstante, Iberoamérica trae consigo ese deseo incontenible de refundar. De los protagonistas de los movimientos de las independencias, la mayoría y los que se terminaron imponiendo querían una revolución para tomar el poder, no para limitarlo. No era suficiente realizar reformas dentro del imperio español, aun cuando se lograran consensos en torno a políticas convenientes entre los ilustrados en la península y en los virreinatos, que sí los hubo. Había que hacerlo todo de nuevo.

En el calor de las guerras las voces menos escuchadas fueron las de los próceres liberales, quienes hasta último momento abogaron por rescatar lo bueno y reformar dentro del imperio. Muchos de ellos preferían una monarquía constitucional, con una administración descentralizada en aspectos económicos, regulatorios y jurídicos. Después de la independencia, abogaron por gobiernos limitados y descentralizados.

Derogar la Constitución vigente

La tragedia de la tradición liberal en hispanoamérica no es que no existió, es que usualmente predominaron los ingenieros sociales de tinte liberal que buscaron fines liberales con métodos antiliberales.

Mientras que los liberales querían realizar reformas liberales dentro del imperio, los liberales radicales y otros se unieron para crear nuevas naciones con nuevas constituciones que, si bien muchas de ellas fueron liberales, en la práctica terminaron siendo letra muerta. Esto fue así, porque como explica el abogado Enrique Ghersi, las constituciones en América Latina no han limitado el poder, sino que han servido para reflejarlo y constituyen más bien un programa de gobierno.

La nueva Constitución

Los liberales de hace dos siglos proponían reformas puntuales como eliminar trabas al comercio entre los reinos de ultramar y el resto del mundo, reducir impuestos, autonomía para asuntos civiles y jurídicos. Pero esos cambios graduales, que resuelven problemas del diario vivir de la gente, no persuaden la imaginación de los políticos y una armada de abogados, juristas, constitucionalistas, etc., que se perciben a sí mismos como “constructores de naciones”. Siempre buscando borrar todo y rehacer la sociedad a imagen y semejanza suya. Ojalá el presidente no caiga en esa tentación. Si desea marcar la diferencia, debe enfocarse en reformas puntuales que permitan que la economía abandone el estancamiento de la última década. (O)