El estrecho margen entre los candidatos que obtuvieron los dos primeros lugares en la elección presidencial, así como la altísima concentración del voto, constituyen hechos inéditos en la historia electoral del presente periodo democrático. Es necesario ir bastante atrás en el tiempo para encontrar algo relativamente similar en cuanto a la distancia, aunque no en la concentración. Ocurrió en la contienda más reñida del siglo XX, la de 1956, en la que Camilo Ponce superó apenas con medio punto a Raúl C. Huerta, pero a corta distancia se situaron Carlos Guevara y José R. Chiriboga. Los dos primeros sumaban poco más del 55 %, muy lejos del 90 % que acumulan D. Noboa y L. González.

La democracia fatigada

Esa concentración de la votación ha llevado a que en muchos análisis se hable de un bipartidismo y que los cálculos para la segunda vuelta se hagan exclusivamente sobre el destino del 10 % restante, que se considera que constituye la suma de los votos disponibles. Pero son necesarias algunas precisiones. Así, la primera apreciación, la del bipartidismo, parte de un doble error, ya que considera que tanto ADN como RC son partidos, esto es, agrupaciones institucionalizadas, con estructura orgánica, registro activo de militantes, democracia interna para elegir a sus autoridades y seleccionar a los candidatos, con escuelas de formación política, entre otras cualidades que debe tener un partido. Es fácil comprobar que ambas se sitúan muy lejos de ese tipo ideal, en tanto su motor es el liderazgo unipersonal, sin el cual dejarían de existir. Además, implícita o explícitamente, evitan transformarse en partidos.

Ese error en la definición no es un estéril devaneo politológico, ya que tiene consecuencias prácticas significativas. La más clara de estas es que, como ocurrió en las dos elecciones anteriores, los electores se ven obligados a definir su voto por las características personales de los candidatos (o del líder que está detrás) y no por aspectos programáticos. La campaña superficial en las redes es ideal para ese modelo.

Elegir: responsabilidades y consecuencias

En cuanto a la apreciación acerca de la votación disponible, es un error suponer que solamente lo está la décima parte de los votos totales. La historia electoral contemporánea demuestra que para la segunda vuelta se barajan nuevamente todas las cartas y que cada contendor mantiene solamente una parte de lo obtenido en la primera. Esto quiere decir que deben salir a disputar no solamente nuevos apoyos, sino sobre todo a mantener, como piso firme, lo obtenido previamente. En segundo lugar, hay suficiente evidencia de que los votos no se transfieren por voluntad de los candidatos que quedaron fuera del juego. Mucho menos lo serán en esta ocasión, cuando casi todos ellos fueron presentados por unas etiquetas que, gracias a la permisividad de las leyes y de las autoridades encargadas de aplicarlas, actúan bajo el modelo Uber o Airbnb. Son vehículos y departamentos proporcionados por unidades que no pertenecen a la empresa que los transporta o los aloja y con los que no se crea una relación estable. Todo lo contrario a lo que sucede cuando hay partidos consolidados.

Sombra del crimen organizado en las elecciones

En estas condiciones, el resultado de la segunda vuelta dependerá de cómo se canalice el voto “anti” que predominó en todas las elecciones, así como de la inteligencia con que las candidaturas diseñen las respectivas campañas. (O)