A propósito de los festejos del bicentenario de la independencia, en Quito, se estrenaron dos murales, que causaron muchos comentarios.

Entre ambos murales se debate la imagen del indígena. Por un lado, una cultura viva; por el otro, una mirada melancólica...

Un buen número de ellos giró en torno a la pertinencia de la obra del español Okuda, dado el contexto en el que fue realizado. Crítica que debería haber sido apuntada no tanto hacia al artista, sino a la curaduría. Del otro lado, el mural del ecuatoriano Égüez despertó comentarios debido a su costo. Ambas fueron polémicas. En las dos, la imagen indígena está presente en primer plano. En el mural de Okuda tres mujeres indígenas de Quito, una de ellas usando un sombrero con forma del pokemon Pikachu. Las críticas respecto del uso de la imagen no se hicieron esperar: algunos consideraron que era una burla, otros afirmaron tajantemente que los indígenas no se visten así, y algunas críticas trasnochadas gritaban que era la expresión de la continuidad del colonialismo, de violencia iniciada con la conquista, y que afirmaba el continuo despojo de estas tierras. ¿Qué tan cierto es esto? ¿Los indígenas no son así? Somos distintos. Cada individuo indígena puede incluir en los elementos de su identidad lo que desee. No dejo de pensar en las diferentes artesanías que reproducen personajes de dibujos animados y la cultura pop, que están en venta en el mercado de los ponchos en Otavalo. Sobre todo, ahora en junio y la proximidad del Inti Raymi, cuando podemos encontrar bailando a Jack Sparrow, un mariachi o las Tortugas Ninja. No dejo de visualizar los “cholets” de El Alto, en Bolivia, y sus construcciones en forma de Transformers.

Los indígenas consumimos y reproducimos la cultura pop occidental o asiática como cualquier otra persona. Y que eso no encaje en la imagen idealizada de ciertos intelectuales-activistas causa escozor, pues dejamos de ser el ideal de la resistencia. Se angustian porque se niegan a aceptar que cambiamos.

Del otro lado está el mural gigantesco de Égüez. Un mural que parece haber sido sacado, literalmente, de hace 100 años, con la aparición del indigenismo. Una estética antigua. Un artista detenido en el tiempo. En su mural aparece un grupo de personas en una especie de marcha, y al fondo unas montañas. En la primera fila se distinguen personas con vestimenta de pueblos indígenas de la Sierra. Los rostros largos, aletargados, y las miradas desanimadas y un aura azul en distintos tonos que complementa la atmósfera de tristeza. A la vez el indígena es presentado en una marcha, como masa, los mismos trazos para rostros similares, todos azules y en con el mismo ánimo, aniquilando su individualidad.

La marcha nace de la montaña, algunas plantas que adornan el camino. ¿En qué momento el indígena se mimetizó con la naturaleza? En la propuesta de Okuda también están presentes animales y plantas, pero su ubicación y colores los hacen parte de unas personas vivas. En Égüez aparece una marcha fúnebre casi estática. Entre ambos murales se debate la imagen del indígena. Por un lado, una cultura viva; por el otro, una mirada melancólica de hace un siglo. Una imagen libre, por el otro, un deseo de un indígena romantizado. (O)