Si hay un libro necesario, escrito por una necesidad vital e intelectual, lo es El fracaso de la filosofía de la liberación latinoamericana, del filósofo Joaquín Hernández Alvarado, recientemente publicado por Editorial Paradiso. Aunque Hernández había publicado un artículo en 1976 en la revista Cuadernos Salmantinos, de la Universidad de Salamanca, titulado “¿Filosofía de la liberación o liberación de la filosofía?”, han tenido que pasar décadas para que el núcleo disidente de ese artículo, donde señalaba debilidades de una tendencia filosófica fundada en un concepto de orden sociológico como el de la “Teoría de la dependencia”, se despliegue, paso a paso, con una argumentación del más alto nivel, a partir del pensamiento del filósofo argentino Arturo Andrés Roig, quien vivió años decisivos en Ecuador.

Se trata de un libro de filosofía que se abre al lector con una larga entrevista personal del editor, Xavier Michelena, a Hernández. Y cierra, en un rescate muy bien pensado, con ese artículo de 1976. Esta triangulación permite dar un contexto amplio al libro. En ese arco de décadas ha corrido mucho río bajo el puente. Rector de la Universidad Espíritu Santo en Guayaquil en los últimos diez años, profesor de Filosofía de la Universidad Católica, columnista editorial en varios medios de prensa de Ecuador, Hernández viene de un pasado inusual que escapa de la carrera académica al uso. Estudió Filosofía porque ingresó a la Compañía de Jesús, vino de su San Salvador natal a Ecuador en la década del 70, abandonó la Compañía y se volcó a la realidad como gerente de ventas de una marca de autos. Lo dije: un pasado inusual que requiere un perfil inusual y, en mi caso, personal.

Para mí, Joaquín Hernández ha sido y es un maestro. Sin embargo, aclaro de entrada que nunca asistí a ningún curso de Joaquín en la universidad. Recuerdo que yo debía tener 20 años, estudiaba Derecho en la Universidad Católica, un proyecto de escritor in partibus infidelium entre abogados, pero me interesaba la filosofía. En las tardes veía a Joaquín pasar a toda prisa por el pasillo de la universidad hacia sus clases. Lo detuve un día con el pretexto más peregrino en una época en la que todavía no llegaba internet: pedirle una de las fichas de suscripción de la revista mexicana Vuelta, que dirigía Octavio Paz, a la que Joaquín aludía frecuentemente en sus artículos. Me dijo que con mucho gusto me la compartiría y voló a sus clases. A partir de ese momento empezamos a vernos con frecuencia. Confieso que yo quería tener su orientación de filósofo, que me orientara con lecturas de filosofía moderna y en los filósofos de la posmodernidad cuya estela seguía haciendo furor en esos años, pero Joaquín lo esquivaba. Hablaba de boleros, de poesía, de novelas. Era como si me quisiera evitar la entrada profesional y académica en la filosofía. Podríamos conversar sobre un personaje de Thomas Mann, Lawrence Durrell o Jorge Semprún, de los rodeos para acercarse a conocer o desconocer a un personaje. Entonces señalaba un sofá como si en él se hubiera encarnado un problema epistemológico:

No conocemos el “sofá en sí”, según el maestro de Konisberg –decía aludiendo a Kant–. Solo conocemos las condiciones de posibilidad del sujeto que se juntan con el fenómeno y producen el objeto. Pero no podemos llegar más allá del objeto.

Como coincidíamos en una pasión compartida por Ortega y Gasset, otro apasionado por tender puentes con la literatura, Joaquín siempre recordaba que solo se cita el famoso dictum de las Meditaciones del Quijote: “Yo soy yo y mis circunstancias”, pero no lo que viene a continuación y abre horizontes: “… y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Aplicaré ese ensanchamiento de las citas con una de Albert Camus en El hombre rebelde. “¿Qué es un hombre rebelde? –pregunta Camus–. Es un hombre que dice no”. Solo que Camus dijo algo más a continuación: “Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento”.

El fracaso de la filosofía de la liberación latinoamericana es el libro de alguien que dice no a la actitud binaria entre latinoamericanismo y eurocentrismo. Pero también le dice sí desde su primer movimiento a la obra de Arturo Andrés Roig con una crítica solvente, sostenida, y la pone en contexto, le da humanidad, coordenadas históricas, señala sus contradicciones y carencias alrededor del “a priori antropológico” y de la “moral de la protesta”. Sin pasar por alto que este diálogo se da con una noción profundamente latinoamericana de exilio: el de un argentino y un salvadoreño que dialogan desde una experiencia ecuatoriana.

Fracaso, la palabra que abre este libro, viene del italiano antiguo, fracosso, que no solamente significa que algo tuvo un resultado adverso. Etimológicamente significa “caer en medio de algo que se ha roto estrepitosamente”. Joaquín no ha roto ese pensamiento, el tiempo se encargó de romperlo –la condición posmoderna probablemente–, o como dice el mismo autor, Roig reunió una serie de partes pero nunca las ensambló del todo. Joaquín las pega de nuevo como lo hace esa antigua técnica japonesa, el kintsugi, que consiste en volver a pegar una pieza rota con junturas de oro, al tal punto que la pieza recompuesta vale más que las que nunca se rompieron. La revisión sobre Roig es el kintsugi que se necesitaba para comprender el proceso de la filosofía en América Latina desde su época escolástica, su normalización universitaria, sus tentativas politizadas y sus derivas posmodernas.

Joaquín Hernández le dijo no a una tendencia de la filosofía que exigía perder rigor como concesión al compromiso, y le dijo y le dice no al servilismo de creencias que pueden derivar en sectas, en militancias acríticas consigo mismas. Para eso se requiere la valentía y el rigor de decir no, que como ya sabemos no significa renunciar sino decir sí desde su primer movimiento y seguir adelante abriendo horizontes. (O)