Estimado lector, ¿sabe usted qué tienen en común Ibarra, Cuenca, Shell, Babahoyo, Puyo, Machala, Mocache, El Juncal y el valle del Chota?

Si ha estado siguiendo la participación de Ecuador en los Juegos Olímpicos de París, seguro ya entendió que estas ubicaciones geográficas son el lugar de nacimiento de nuestros medallistas olímpicos.

Han llegado cargados de experiencias, recuerdos y sueños hechos realidad. Nos hicieron escuchar nuestro himno y ver nuestra bandera flamear en lo alto del podio con una sonrisa y una lágrima.

Los medallistas

Cinco medallas que se aplauden de pie; significan conquistas en lo deportivo y sobre todo en la vida real. Ciertamente estamos frente a unos muchachos de oro, porque aunque en formalidad ganamos medallas de oro, plata y bronce, estos muchachos valen oro. Más allá de sus conquistas en lo deportivo, son sus historias personales de superación y sacrificio lo que hoy inspira este comentario.

Escuché un comentario que vale la pena compartirles. Decía alguien que las medallas que hemos conseguido son pocas, porque somos un país pequeño, que dedica escasa inversión al fomento del deporte; pero que dicen mucho en relación con el esfuerzo individual que hacemos los ecuatorianos apasionados. Qué cierto es este pensamiento. Tal vez para países más grandes, con mayor inversión en sus atletas, cinco medallas pudieran ser un fracaso, pero para Ecuador significan una gloria inédita.

Ejemplos

Empecé mencionando los nombres de sus lugares natales intencionalmente, pues es evidente que algunos de ellos vienen de poblaciones pequeñas, con problemas de servicios básicos y falta de atención elemental por parte de las autoridades. Ahora imaginemos la situación de lo deportivo. No tengo ni que hacer un recuento porque todos lo sabemos.

Estos días la prensa ha ido recogiendo historias individuales de cómo cada uno de ellos enfrentó una serie de penurias que bien pudiera pensarse que son factores de desánimo y desconcentración para un atleta olímpico. Pero para ellos se convirtieron en motivo de rebeldía y los empujaron a sacar todo su orgullo y fortaleza.

Las lágrimas y los abrazos no solo son por ganar en una cancha, en una pista o en un cuadrilátero, sino, sobre todo, por haber triunfado en la vida. Una vida dura, que no daba razones para seguir peleando, pero no logró convencerlos de darse por vencidos.

Un gracias especial a los entrenadores de estos grandes, quienes han sido además sicólogos, consejeros, nutricionistas, protectores y hasta confesores de sus pupilos. Su labor ha estado siempre más allá de lo estrictamente profesional, en un país donde a veces no alcanza ni para los viáticos del cuerpo técnico.

Hoy todo es felicidad y gozo. Atrás quedan las empolvadas calles de sus pueblos despidiendo a soñadores por quienes nadie hubiera apostado y hoy regresan bañados en oro.

Esperemos que quienes vienen se llenen de valentía para exigir lo que por derecho les corresponde y que en muchas ocasiones les fue negado a los actuales campeones: apoyo económico, oportunidades para representar al país y reconocimiento a sus méritos.

¡Salud, campeones! (O)