Escribir una columna de opinión es un desafío, una incitación a la brevedad, la precisión y la transparencia. Es una apuesta a la siempre difícil distinción entre la información, el comentario ligero y circunstancial, y el ensayo. Es, además, el ejercicio constante de la obligación de honrar la verdad, combatir las mentiras y propiciar la independencia. Es asumir cada tema dando la cara, bajo la firma y el nombre, sin incurrir en el anonimato, ahora tan frecuente y enmascarado, que, como dice Fernando Savater, “es un subterfugio que funciona como un truco para la impunidad en la ofensa o el delito, es decir, como un santuario de la cobardía”.
A la responsabilidad que implica escribir una columna, se suma la disciplina, el rigor de someter las ideas, las indignaciones, las evocaciones y los sentimientos del que escribe, a la exigencia de sacrificar sin piedad los adjetivos, eliminar las reiteraciones y honrar el idioma. Todo esto, sin olvidar la verdad.
En nuestro tiempo, la tecnología plantea retos cada vez más grandes. La opinión ahora no tiene estructura, a veces carece de lógica. Está dispersa en innumerables medios (las redes sociales) que no exigen rigor ni verdad, y a veces ni siquiera ortografía; es preciso solamente contar con la computadora o el teléfono para decir cualquier enormidad, o hacerse eco de la noticia falsa y la especulación.
Esos desafíos no aquejan solamente al artículo de opinión, sino que también afectan a la crónica, a la información y la entrevista, al reportaje. Incluso inciden en la literatura. La costumbre de leer tiene ahora al frente a poderosos enemigos como el video, las series televisivas y esa infinita carga de basura que se conoce como entretenimiento. Además, quienes escribimos corremos el riesgo, cada vez más cierto, de ceder a la tontería y al afán de lucimiento. En la sociedad del espectáculo esa es una enorme verdad y un riesgo constante que no se debe ignorar.
El saber novelístico en Vargas Llosa
La brevedad, sin embargo, no supone incurrir en el apunte telegráfico ni en el estropeo del idioma. Alude, sí, a la concreción, la depuración, al reto de meter en tres mil caracteres unas cuantas ideas y hasta alguna aproximación al paisaje. ¿Se puede evocar, con propiedad, un personaje, hacer el apunte sobre un libro, ensayar la apreciación de la circunstancia, enarbolar los valores de la libertad, desde el exigente espacio de una columna? Pienso que sí es posible. Alguien dijo, y con gran verdad, que los artículos de prensa, en ciertos casos, han logrado ser “literatura bajo presión”. Evidencia de semejante apreciación: los artículos de prensa de Fernando Savater, Arturo Pérez Reverte o Mario Vargas Llosa.
La brevedad es asunto de estilo, rigor, y si se quiere, de forma. Lo de fondo es la constante adhesión a la verdad, el compromiso con la libertad y con la responsabilidad, que es la otra cara de la medalla, la contrapartida del privilegio de escribir, que implica asumir que lo escrito vive en el lector.
Javier Cercas, el escritor español, dijo en una certera conferencia, “el hombre es el animal que miente”. Lapidaria sentencia que nos concierne a todos. (O)