Según el filósofo griego Platón, todos los días nuestra alma se enfrenta a una gran conflictividad. Por ejemplo: el despertador suena y su campana anuncia la lista de tareas a enfrentar; en décimas de segundo se elige levantarse o silenciar la alarma. Así Platón, quien era un dualista –es decir, pensaba que tenemos cuerpo y alma–, mostró que nos movemos en una cotidiana lucha de elecciones, unas placenteras, otras no.

Actuar o dejar de actuar implica tomar las riendas sobre nuestro destino, así lo imaginó Platón, por lo que ilustró esa tarea con el “mito del carro alado”. Que, traducido a nuestro contexto, es como una carreta de madera compuesta por su conductor y dos caballos fuertes y con alas; el uno es blanco y el otro es negro. La dificultad de guiar la carreta es debido al carácter impetuoso de los corceles –los que deben ser conducidos con tal destreza– que no volqueen en la carreta y lleguen a salvo a su destino.

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Las ideas platónicas se pueden aplicar a las personas y a los gobiernos. Particularmente, los Estados requieren conductores equilibrados que tengan la sabiduría para guiar al país; pero no es fácil imprimir la fuerza justa para contener las disputas y conducir por un camino resquebrajado por la violencia.

Los dos caballos –del mito platónico– representan las facciones, a la que todo gobierno se enfrenta. A veces los intereses partidistas proponen acciones nobles y virtuosas, para el bien común y la justicia; pero, también, hay momentos en que los grupos buscan exclusivamente salvaguardar sus intereses y sus espacios de poder. Esos momentos históricos, de confrontación, requieren de sabiduría y capacidad de contención.

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Pero lograr una conducción armónica de sociedades –como las nuestras marcadas por el caos– requiere una acción integral que combine un fuerte discurso de concienciación cívica, medidas sociales, transparencia, participación ciudadana y acuerdos geográficos para unir esfuerzos y conducir al Estado a un lugar seguro, al menor costo posible.

De ahí que el gran desafío de un líder es armonizar a los grupos políticos contrarios; eso le facilitará la gobernabilidad. Para ello la literatura disponible señala que, a pesar de las diferencias, las facciones respetan a quien se muestra como un líder comprometido genuinamente con la cooperación y que esté dispuesto a escuchar –respetuosamente– incluso a sus más acérrimos detractores. Pero un liderazgo comprometido no es un liderazgo débil, para ello se requiere establecer reglas para la resolución de los conflictos.

(...) que quien sea electo (a) como presidente (a) tenga la valentía de actuar y la sabiduría de escoger bien a sus colaboradores...

Aunque la figura de la carreta es muy didáctica, el Estado es un ente complejo, con diversas partes y forma de funcionamientos; un gobierno es más que su presidente, son también los servidores públicos y colaboradores, quienes desde sus puestos representan al gobierno de turno y toman decisiones que facilitan la gestión o la entorpecen.

Desde este lugar de opinión deseamos que quien sea electo (a) como presidente (a) tenga la valentía de actuar y la sabiduría de escoger bien a sus colaboradores, para que el Estado cumpla su propósito de bienestar. (O)