Tanto desde la derecha como desde la izquierda, muchos cuestionan la globalización y consideran que esta ha arrasado con el bienestar de los trabajadores y la clase media. Pero sucede que durante el último medio siglo es un progreso sin precedente en la historia de la humanidad y es un progreso que ha beneficiado a todos. El historiador económico Johan Norberg dice que, a pesar de la crisis financiera de 2008, la pandemia del COVID-19, la guerra en Ucrania y ahora el conflicto en Gaza: “… en términos de bienestar humano, estos han sido los mejores 20 años en la historia de la humanidad. La pobreza extrema se ha reducido en un 70 por ciento”.

Usualmente, las actitudes negativas respecto de la globalización se originan en una mentalidad de suma cero: si tú ganas, yo pierdo. Pero el comercio implica transacciones voluntarias, donde se da el fenómeno del doble gracias: ambas partes se agradecen porque uno está feliz de recibir el dinero y dejar ir su producto o recibir dinero a cambio de su trabajo, mientras que la otra parte está contenta de entregar su dinero a cambio del producto o servicio deseado.

No es cierto, como suele decir la derecha nacionalista en Estados Unidos, que el progreso mundial en reducción de pobreza ha sido a costa de los estadounidenses. Mi colega Norbert Michel señala que la clase media estadounidense ha prosperado durante las últimas décadas, al igual que los demás estratos económicos: “El porcentaje de hogares que ganan más de 100.000 dólares se ha triplicado en las últimas cinco décadas, y el de los que ganan menos de 35.000 dólares se ha reducido un 25 %... La clase media se ha reducido solo en el sentido de que los antiguos trabajadores de ingresos medios han ascendido en la escala de ingreso”.

Tampoco es cierto que la globalización o, puntualmente, el libre comercio, ha sido algo malo para los trabajadores del sector manufacturero en Estados Unidos. Si bien es cierto que el empleo en este sector ha caído, este declive se inició mucho antes (1950) de que Ronald Reagan se presentara a las elecciones, de que entrara en vigor el TLCAN con México y Canadá y de que China se uniera a la Organización Mundial del Comercio.

Consideremos el acero. Michel señala: “En 1980, un trabajador del acero podía producir 0,083 toneladas de acero en una hora. En 2018, un trabajador del acero podía producir 1,67 toneladas en una hora”. Lo mismo ha sucedido con otros productos y servicios, pudiendo los trabajadores estadounidenses ser más productivos, utilizar menos recursos naturales y contaminar menos, y tener condiciones laborables envidiables. Esto explica en parte por qué Estados Unidos es un imán para los más talentosos del mundo. ¿Por qué quisieran revertir algo que ha funcionado tan bien para ese país y para el mundo?

Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo en que la mayor parte de los productos y servicios se han vuelto “superabundantes”, como explicaron Marian Tupy y Gale Pooley en su libro Superabundancia. Es un mundo en el que cada vez más personas tienen acceso a cada vez más productos y servicios, dedicando cada vez menos horas de trabajo para obtenerlos. Falta combatir las narrativas nacionalistas (tribalistas) que persisten, pese a los datos del mundo real. (O)