Muchos recordarán el título de esta columna y entenderán su pertinencia. Tiempos oscuros se aproximaron al Ecuador y hemos tenido que elegir entre lo que es correcto y lo que es fácil. Gran parte del país, Gobierno incluido, escogió lo fácil: la propaganda maniquea, la polarización y la narrativa demagógica para justificar la imposibilidad de gestión. Siempre la culpa fue de los otros. La máxima expresión de esta estrategia fue utilizar la causal de conflicto armado interno, sin cumplir los parámetros del derecho internacional humanitario, para posicionar un discurso guerrerista y binario: estás con el régimen o con el crimen organizado. Como en los tiempos autoritarios más oscuros. Por ventura, la Corte Constitucional, el último reducto de institucionalidad democrática, nunca aceptó esa causal.
La más grave de las consecuencias de esa mirada insustancial ha sido una militarización ciertamente inoficiosa en el combate al crimen con resultados. Por el contrario, han pagado inocentes: el primero fue Carlos Javier Vega, un joven de 19 años ejecutado extrajudicialmente por soldados en un operativo de control. El último incidente, y el más atroz, la desaparición forzada de cuatro niños. Parte del país, azuzado por algún poder, ha esgrimido lo fácil: no faltan los retorcidos que endosaron a los niños actividades delictivas, sin ninguna prueba ni vergüenza. Tan repulsiva es la humanidad de mucha gente. Y este caso demuestra el punto bajo en el que está el país, en donde la pobreza y la raza definen si la vida vale algo o puede perecer en el marco de un redundante y retórico estado de excepción.
Durante este 2024, el poder ha evidenciado su desprecio al Estado de derecho, que es prescindible si se trata de ejecutar una vendetta. El asedio a la vicepresidenta Verónica Abad ha demostrado, una vez más, que la justicia es el botín al que aspiran los políticos para perseguir a sus enemigos. Pero en toda época oscura resplandece alguna luz: la jueza Nubia Vera no solo que sentenció en estricto apego al derecho, sino que denunció las presiones y amenazas de las que fue víctima. En pocos días, se convirtió en un nuevo objetivo de la persecución política, pero puede dormir en paz con su conciencia y ver a los ojos de sus seres queridos sin sentir vergüenza, a diferencia de tantos tinterillos que se vendieron a los poderes de turno. Muchos abrazamos la esperanza de que más jueces, como Nubia Vera, defenderán el derecho y una abogacía íntegra en esta oscuridad.
En algunos sentidos, ha sido un año de derrotas. Yo nunca he perdido tanto, pues tuve que despedirme de mi maestro esencial, mi abuelo, el abogado y político Édgar Molina Montalvo. Me acompañó 32 años. Me gusta pensar que esta escritura, que quiere ser lúcida, valiente y consciente, busca esa luz que él me ofreció en todas las oscuridades. Por eso propongo resistir. Como lo hizo Pedro Restrepo a lo largo de casi cuatro décadas. Quizá el país tendrá esperanza, y podrá renacer de las cenizas como el ave fénix, cuando aprendamos a ser como Pedro Restrepo y nos volvamos capaces de luchar por la dignidad, la verdad y la justicia, a toda costa. (O)