La primera globalización abarca el periodo entre 1850 y 1914. Un estudio de Harvard explica la primera globalización con base en una conjugación de varios fenómenos. Entre estos se encuentra la Revolución Industrial, que había resultado en un gran avance para la productividad y conectividad de la humanidad. El siglo XIX presenció el desarrollo del telégrafo, la luz eléctrica, automóviles, ferrocarriles, barcos de vapor, etc. Todo esto derivó en la primera economía global realmente integrada: entre 1870 y 1910 la distancia recorrida por los ferrocarriles construidos alrededor del mundo se multiplicó por cuatro. Se abrió el canal de Suez en 1869, reduciendo el tiempo de viaje entre Londres y Calcuta de 100 a 25 días. Un viaje transatlántico pasó de tardar un mes en 1816 a menos de una semana en 1896. Los ferrocarriles redujeron el costo del transporte por tierra en un 80 % y los barcos de vapor, el costo del transporte por mar en un 65 %. La invención de la refrigeración revolucionó el comercio y las dietas alrededor del mundo. Las economías alrededor del mundo empezaron a especializarse en la producción de aquellos productos en que gozaban de una “ventaja comparativa”. La explosión del comercio se dio de la mano con una ebullición de los flujos de capitales y de migrantes –no se requerían visas para viajar al extranjero–.

Otro factor importante es el patrón oro clásico que rigió entre 1870 y 1914 en gran parte del mundo. Según el mismo estudio: “La resultante estabilidad de tipos de cambio facilitaba los contratos comerciales” y el equilibrio de los pagos internacionales. Cuando un país importaba más de lo que exportaba, resultando en una pérdida neta de oro, esto se veía automáticamente reflejado en la caída de los salarios y otros precios en relación a aquellos de otros países, volviéndose así más atractivas las exportaciones de dicho país y menos atractivo importar para los ciudadanos del mismo.

En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, Estefan Zweig terminó de escribir sus memorias, las cuales nos enseñan que el progreso humano no es irreversible ni libre de interrupciones. Zweig vivió entre 1881 y 1942, de tal manera que durante su vida presenció el auge y colapso de este orden mundial.

Zweig recuerda de manera vívida los periodos de hiperinflación que sucedieron al abandono del patrón oro tanto en Austria como en Alemania. La situación se volvía cada vez más “paradójica e inmoral”. Un hombre que había ahorrado por 40 años perdía sus ahorros de toda una vida, mientras que otro que se había endeudado quedaba libre de cargas sin esfuerzo. El que respetaba los racionamientos de comida pasaba hambre, mientras que el que violaba las reglas comía hasta hartarse. “Los estándares y valores desaparecieron junto con este derretimiento y evaporación del dinero”. Lo único estable era la moneda extranjera. Y lo que sucedió en Austria, luego en Alemania con su hiperinflación de 1921-23, es que “el caos se volvió algo normal en la vida”. En Alemania, todos los valores cambiaban y “no solo los materiales; las leyes del Estado eran burladas, ninguna tradición ni código moral eran respetados”. Y nada “los hizo tan furiosos con odio y tan maduros para Hitler como la inflación”.

Esperemos que el periodo de la globalización actual continúe. (O)