¿Quedan cosas buenas? ¿Es posible mirar la sociedad, las circunstancias, el país, en perspectiva distinta de la que prevalece en noticieros, periódicos, redes sociales y opiniones, y en las hipótesis e innumerables rumores que circulan cada día? ¿Es posible leer en paz un libro que se ocupe de asuntos no contaminados por el pesimismo y por la vocación destructiva que triunfa en algunos best sellers? ¿Se puede salir de las modas venenosas que socavan la cultura y del negativismo feroz que nos agobia?

No solo que es posible, es imperativo hacerlo, es una suerte de deber moral dejar en pausa “la vocación por la desventura” y la ideología del descrédito, y, pese a la violencia y a las frustraciones, volver la vista a las cosas buenas, a lo que queda de ellas, a todas las que sobreviven y hacen posible una vida con la dignidad que marca la esperanza, con la ilusión de cualquier proyecto, con el entusiasmo que nace porque, tras los meses de lluvias y deslaves, de obscuridades e incertidumbres, con junio, llegó un aire distinto, que permite ver la cordillera en plenitud y los signos del verano en el esplendor de la mañana. Aunque a veces nos parezca improbable, entre el miedo, el crimen, la desconfianza y el escándalo, están los esfuerzos, los trabajos, las lecturas, las familias, los niños, los viejos, la conversación diferente, el encuentro con el amigo, y está la enorme ilusión que le sostiene a quien todavía escribe versos, a quien dice honradamente la verdad, a quienes creen que es posible el país, que no han caducado los valores, que la verdad prevalecerá sobre la mentira. Que la ética persiste pese a todo.

Antes de morir quiero...

Cosas mundanas

Las cosas buenas, las buenas personas, los ejemplos y los esfuerzos están allí, a veces, enterrados en el silencio, enturbiados por los escándalos. Sin embargo, están allí, existen y están a la espera de que hablemos de ellos, y de que con la palabra, con el gesto, con el trabajo y la ilusión, terminemos con su destierro; que asumamos que el país no se agota en las especulaciones políticas, ni en los cálculos ni en las malas noticias.

Las cosas buenas están en el vecindario, en el parque, en el campo, en la calle, en el campesino que apuesta a su cosecha, en el empresario que, con todos los vientos en contra, invierte y arriesga.

Están en el trabajador, en el informal, en esas “comunidades del semáforo” donde, entre el tumulto y el tráfico, nos ofrecen una fruta o entonan una canción. Las cosas buenas están en el paisaje que se despliega cada mañana ante los ojos asombrados de los que saben ver, de los que perciben que aún es posible la esperanza, de quienes saben distinguir el porvenir verdadero del discurso fatuo y de la ideología del odio.

Las cosas buenas están en nosotros, en nuestra vocación por creer, en nuestra disposición para asumir que, tras las tinieblas, siempre habrá una luz, una certeza, una noticia mejor, y la posibilidad de que el país sea, de verdad, “nuestro país”. (O)