Señor Pabel Muñoz: Resulta frustrante y doloroso que uno de los más graves problemas de la capital ecuatoriana sea la inseguridad vial. No es un problema menor y tiene raíces profundas en una idiosincrasia que ha normalizado la violencia como mecanismo de relación con el otro. El otro siempre es el enemigo: el conductor del auto continuo, el de la motocicleta, el del scooter, el ciclista y el peatón. Se trata de un asunto cultural y seguramente psicológico, de inseguridad y complejos. Es como si el quiteño promedio necesitara comportarse como troglodita para reafirmar que existe y como si el tamaño del carro restaurara su potencia viril. En Quito se pierden vidas, todo el tiempo, porque al conductor quiteño le vale un comino el otro.

La brutal experiencia de cada día puede empezar con un transporte público que, desfachatadamente, viola las normas de tránsito, compite en frenéticas carreras, hacina a los usuarios y violenta a los grupos vulnerables. Es demencial haber normalizado la violencia en el precario y deficiente sistema de transporte público que tenemos, controlado por mafias y conductores acostumbrados a huir impunemente después de cometer crímenes en zonas educativas y cruces peatonales. Una anécdota: mientras el Ejército revisaba mi auto un sábado reciente, en el marco de los operativos contra la delincuencia en el país, el bus que estaba atrás del mío pitaba excitadamente. La cobradora gritaba que a ellos les controlan el tiempo de llegada. ¿Quién les controla? ¿A eso se deben las frenéticas carreras? ¿La impune y diaria violación a las normas de tránsito?

Los conductores escolares no se quedan atrás. En mi caso, lidio diariamente con los de la Unidad Educativa Manuela Cañizares, en el tradicional barrio de La Mariscal. Constituyen una logia de autoproclamados incapaces para el respeto al paso cebra. Más bien, son muy capaces de lanzar el auto a todo el que se cruce por sus narices, incluyendo a los propios estudiantes del colegio. ¿Acaso la educación vial no es una necesidad en Quito, que se debería enseñar y practicar desde los mismos centros de educación, pública y privada, del distrito metropolitano?

Recientemente, usuarios de Twitter le hicieron conocer, señor alcalde, sobre un auto que violó a plena luz del día la ciclovía, una alternativa de transporte que es su obligación proteger y ampliar, para que la capital cuente con alternativas: la ciudad diseñada para autos fracasó y es insostenible. Desde hace tiempo que Quito es una tierra de nadie, donde cada loco cree que puede hacer lo que le dé la regalada gana sin ninguna consecuencia. Esta percepción de impunidad es especialmente grave en las autoridades y funcionarios públicos de todos los estratos del Estado que, con autos sin placas, invaden veredas, ciclovías y carriles exclusivos del transporte público. Si esto es una República, ellos no están investidos de privilegios, sino que deberían esgrimir la mejor conducta de respeto y convivencia civilizada. Le hago saber mis percepciones con la esperanza de que su administración logre que el destino del usuario de las vías no sea morir así en Quito. (O)