Esta semana hemos visto una buena dosis de esa agresiva evolución que está teniendo el discurso político nacional, desde el “Dadme un balcón…” de José María Velasco Ibarra hasta el “Is nice…” del presidente Daniel Noboa Azín.

Vimos al político joven, supuestamente inexperto, que se mostró demasiado lento en el debate definitivo, que habló solo 8 minutos en su posesión donde otros habían declamado por horas, volver ahora a mostrar las garras (ya lo había hecho con Pokémon, al criticar a una de sus colegas), esta vez para hacer uso de la burla, de la mofa, del magnificar los defectos del rival para tratar de convertirlo en el hazmerreír del electorado que se disputan. Y algunos pasos avanzó.

Y digo evolución porque lo que ha ocurrido no es comparable con la retórica fina de Carlos Julio Arosemena Monroy, o la oratoria erudita de un Jaime Roldós calificando de “insolente recadero de la oligarquía” a su rival; tampoco comparable con el enfurecido grito de “Ven para mearte” de un Jaime Nebot diputado, en medio de una de las trifulcas del antiguo Congreso. No. Ni siquiera imitaciones del pasado reciente, cuando tomando frases hechas se tildaba de “caretuco”, “pelucones” a los rivales, o se malempleaba la estrofa de una ranchera deseando que “Te vaya bonito” cuando se quería todo lo contrario.

Que el presidente Daniel Noboa no caiga en la provocación, el consejo de los analistas tras la respuesta que le dio a Rafael Correa

Lo ocurrido en la entrevista que concedió Noboa esta semana desde Carondelet es una mezcla de ironía con mímica para, usando uno de los defectos admitidos por su más duro rival, convertirlo en una caricatura política. Un meme. Y enseguida utilizar ese meme como misil tierra-aire a través de las redes sociales, tan prestas ellas a masificar lo incómodo, más que lo cómodo.

(...) no solo descendió a su rival a los infiernos del escarnio público, sino que navegó con facilidad por millones de teléfonos...

“Conseguir un éxito viral es hoy la única forma de alzar la voz en el ruido informativo global”, dice con relación a esto la experta en asuntos digitales Delia Rodríguez. Es lo que ella ha bautizado como memecracia. Y, por ende, a sus cultores, promotores o influencers políticos bien podríamos llamarlos memécratas.

Para seguir asimilándolo: ya no es fundamental llenar las plazas o explanadas para escuchar al político desde el balcón o la tarima; tampoco esperar el noticiario. Transitamos por el planeta “sepultados” bajo toneladas de información, la mayoría tóxica; y muchos nuevos medios y los autodenominados “creadores de contenido” creen que deben producir textos, algunos creativos, algunos copiados, pero muchos, muchísimos, dañinos.

En esta nueva comunicación que vivimos es casi obligatorio explotar las debilidades e intereses naturales de los cerebros para crear contenidos adictivos y masivamente replicables. Lo saben bien quienes ya han dedicado décadas a estudiar los nuevos comportamientos de las audiencias y ahora lo explotan igual para vender un yogur como para hacer política. Pero también hay quienes lo intuyen y venden con grandilocuencia lo poco que entienden.

El resultado de esta semana: un Noboa ganador que, con sus muecas y un inglés mal pronunciado, no solo descendió a su rival a los infiernos del escarnio público, sino que navegó con facilidad por millones de teléfonos de quienes comienzan a verlo con simpatía. (O)