1. Dos mil años atrás, escribió Platón en el libro décimo de La República: “Todos los poetas, comenzando por Homero, son imitadores de imágenes de la excelencia y de las otras cosas que crean, sin tener nunca acceso a la verdad”.

2. Añade refiriéndose al poeta: “es justo que lo ataquemos”. Por lo tanto: “es en justicia que no lo admitiremos en un Estado que vaya a ser bien legislado”.

3. Y el remate: “No cabe tomar en serio a la poesía”.

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4. He vuelto a leer La República de Platón luego de varios años. El detonante fue una invitación de la Cafetería-Librería Tres Gatos, con ocasión del Café Filosófico que coordinan Aurora Albán y Daniel Acosta. Apuestan por reunirse una vez al mes a conversar de noche como resistencia a esta escalada de miedo por la inseguridad que ha empezado a tocar a Quito. El tema de conversación era “La verdad en la literatura”.

5. Es un tema grande, demasiado. Propuse centrarnos en lo que me compete: la novela. Con un poco de concreción se abren algunas aristas.

6. Para empezar, desde Platón a Kant, pasando por el Aristóteles de la Poética, todos son pensadores prenovelísticos. Ni siquiera Kant, que publicó la Crítica del juicio en 1790, y que abrió el camino a la defensa de la experiencia estética como un tipo de conocimiento, puede ser incluido en lo que pasaría a ser el siglo de la novela.

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7. El siglo de la novela, el siglo XIX, donde sobresalieron Balzac, Dickens, Jane Austen, Emily Brontë, Melville, Tolstói, Clarín, Stendhal, Dostoievsky o Zola, apostó a que la novela podía dar cuenta de una exploración de la sociedad. Era una actitud positivista. Lo concreto es que aprendieron a dar voz a los distintos estratos sociales. La novela se volvió un ágora de voces contrapuestas. Cuando se escucha bien es cuando se puede abrir un camino de búsqueda de la verdad.

8. Son otros, entonces, los pensadores novelísticos: Bajtín, Shklovski, Lúkacs, Virginia Woolf, Roland Barthes, Marthe Robert, Claude-Edmond Magny, Ricoeur, Kristeva, Ángel Rama, Isaiah Berlin, Georges Steiner, Dorrit Cohn, Iris Murdoch, Franco Moretti. Y no menor, sino decisivo, el pensamiento de los mismos novelistas: desde el epílogo de Tolstói a Guerra y paz a los prólogos de Henry James sobre sus novelas, desde los ensayos de Edith Wharton a los de Nathalie Sarraute, Marguerite Yourcenar o Kundera. Estos son los filósofos de la era de la novela.

9. Por supuesto, hubo novelas desde el siglo II, como las Etiópicas de Heliodoro, que tanto admiraba Cervantes. Pero ninguna de ellas fue conocida por Platón y Aristóteles. Ellos se manejaban con la poesía, con la idea del arrebato poético (ver el Ión, de Platón).

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10. Los novelistas también son irresponsables, no pueden ser políticamente correctos, no enaltecen ideas: critican sistemas, ideologías, fanatismos. Cuando una novela exalta una idea o se propone una lucha, no hay novela sino panfleto y demagogia.

11. Hay una grandeza en La República de Platón. Es un libro narrativo. Son diálogos entre personajes –Sócrates es la mayor invención platónica– y relatar es su recurso. ¿La República como protonovela? Ironía del tiempo. Siglos después lo diría Schlegel: “las novelas son los diálogos socráticos de nuestro tiempo”.

12. Lo que aportan las novelas son perspectivas, contraste de voces, revelan equívocos, cuestionan la realidad como representación construible. Es una escuela de escepticismo.

13. El doble camino de descubrir el equívoco es una riqueza narrativa. Swann, en la novela de Proust, se despide de Odette de Crécy, su amante. Luego de un buen rato, le da un ataque de celos y regresa. Cree que Odette espera a otro hombre. Rodea el edificio y se esconde a espiar. Entonces ve la luz en la ventana de Odette y, confirmación de sus celos, la sombra de un hombre. Quiere ponerla en evidencia, se acerca, toca la ventana iluminada y descubre que se ha equivocado de ventana. La abren dos ancianos.

14. ¿Qué son los celos? Es una pretensión de verdad a partir de una sospecha exacerbada. Esto se da por inseguridad emocional, por inestabilidad psíquica. Una persona demasiado convencida de su verdad se parece al celoso. Y los celos, como los dogmas, pueden matar.

15. El problema con la verdad que se pretende única se da cuando se la pasa al rango de lo absoluto. Todo lo que se convierte en dogma deja a su paso un reguero de muerte, incluso de sus proclamadores. De esto saben los fundamentalistas musulmanes, los líderes del Partido Único. Tampoco hay que ir muy lejos: el dogma católico se levanta sobre un hombre crucificado.

16. Las ideas únicas, las religiones de un libro único e incuestionable son los verdaderos problemas. Las novelas, en cambio, están dispuestas a desaparecer. Quieren que pasen rápidamente sobre ellas. Operan sobre el recuerdo. No quieren ser memorizadas. De cuando en cuando se habla de “la muerte de la novela”, de la “muerte del autor”. Pero las novelas y los novelistas renacen. No pretenden convertirse en la voz única.

17. ¿Hay que apostar por el relativismo cultural? No. La ficción nunca deja de advertir que es ficción. Lo contrario a la verdad no es la ficción, sino el error, la impostura, el silencio. El impostor pretende engañar: es el caso de la posverdad. Primero se miente y luego, en otro momento y lugar, se desmiente. Las novelas lo hacen en un mismo espacio: el equívoco revelado. El silencio oculta los elementos para buscar la verdad. No el silencio místico, sino el silencio de quien calla por no compartir. Las novelas, en el mejor sentido de la palabra, son charlatanas. Exigen silencio para ser leídas. Enseñan a escuchar a los otros.

18. ¿Qué dicen los otros? Que el mundo es mucho más grande de lo que imaginas, de lo que puedes llegar a conocer. Que no solo hay que conocer lo que nos interesa. ¿Qué dice una novela? Dice: abre bien los ojos, no te habías fijado en esto, presta atención, lo haré interesante para ti. (O)