“Que conste que murió ayer, pacíficamente, sentado en un sillón”, puso alguien en su página de la red social Facebook. Así me enteré de la partida de Luiz Duboc.

Todos los que lo conocimos tuvimos una historia única y propia con él. Estoy seguro.

Hace años que se había vuelto a Brasil, nos comunicábamos de vez en cuando, sin urgencia, porque siempre estaba presente el que habría una próxima vez para encontrarnos.

Volvamos atrás, a un viernes, al igual que todos los viernes Luiz estaba vestido totalmente de blanco como ofrenda para su diosa Yemanjá. Entraba por la puerta de la Facultad de Comunicación, acelerado, con sus canas despeinadas y un texto anillado en las manos. El título: Oficina libre de creatividad. Empezaba así: “Antes de más nada, libre. Porque sin libertad no se vive, y vivir es pensar. Una oficina porque es el lugar donde se hace y en este caso, es una oficina de la imaginación. Una oficina del pensamiento libre. Una oficina donde se juega con la imaginación. Solo que en serio. Pero nadie se da cuenta. Este trabajo tiene que ser considerado como un curso oficial de la Universidad Casa Grande”. A esa introducción le seguían noventa y cinco páginas salidas recién de la máquina de escribir, con el diseño de un curso completo que nadie le había pedido.

Pero ese era Luiz, apasionado, comprometido y convencido hasta las últimas consecuencias. ¿Cómo no abrir esa oficina de pensamiento libre y confuso portuñol para los jóvenes estudiantes?

Ese era el Luiz de la publicidad, el Luiz profesor, el Luiz amigo, el Luiz enemigo, pero sobre todo, el Luiz escritor. Agudo, incisivo, certero, cuestionador. Escribía ensayos, poemas, cursos y también guiones publicitarios y eslóganes. Escribía sobre el origen del arte, filosofía, lenguaje o el destape de una biela.

Gracias por siempre querido Luiz (...) Un tequila y una cerveza estúpidamente helada van hoy por ti.

Este brasilero, hablando en un bar o en su casa entre rumas de libros, discos y figuras de búhos, era brillante, intenso y consecuente. También consciente de su consecuencia, “Siempre se pierde algo cuando se gana una libertad”, declaró. Volvió a su país. Las cosas no fueron fáciles. En octubre del 2021 mandaba un correo diciendo: “Tengo 4 libros de ficción escritos y 3 de poesía. No significa nada: un milagro publicar uno. Brasil agoniza. El curso de escritura creativa, llevo 6 meses esperando una respuesta. Sigo escribiendo para no desesperarme”. Hace un mes me contó que, por fin, su curso había sido aprobado y volvía a enseñar. Estaba feliz. Fue lo último que supe de él.

Alfredo, desde Guayaquil, le escribió en algún momento: “Las páginas de nuestros libros pálidos son mejores porque has tomado la valiente decisión de pasar unos años por aquí y sembrar algo de talento en nuestras vidas”.

Gracias por siempre querido Luiz. “La única obligación con la que un amigo se debe comprometer con el otro es la de inspirarlo”, dejaste en uno de tus escritos y eso fue lo que lograste por estas tierras. Un tequila y una cerveza estúpidamente helada van hoy por ti. ¡Oba, Duboc! (O)