Es común que cada inicio de año nos planteemos nuevos objetivos en nuestras vidas. Queremos desechar los malos ratos y aspiramos a que el nuevo año sea mejor que el anterior. Los nuevos propósitos son variados, heterogéneos, individuales, cada uno con su tiempo calculado dentro de los siguientes 365 días. La ilusión de que esos días sean mejores es un sentimiento generalizado. Todos deseamos al menos salud y trabajo.

En ese horizonte de intenciones y aspiraciones hay dos conquistas que deseo para mi país: paz y justicia.

El 2022 ha sido para Ecuador un año particularmente violento. Asaltos, sicariatos, violencia en las cárceles, violencia de género, violencia intrafamiliar han sido el pan de cada día. Basta con leer los titulares de la prensa, ver las noticias en televisión o revisar una red social, para constatarlo. Hemos debido acostumbrarnos a vivir en zozobra constante. Sin paz, difícilmente se puede trabajar y progresar. No me refiero a los delitos comunes que toda sociedad experimenta, sino al ambiente generalizado de violencia en el que nos desenvolvemos. Un entorno agresivo suscita más actitudes agresivas. En la mayoría de las ocasiones porque es una forma de estar a la defensiva. Salimos de casa y conducimos inmersos en un tránsito violento, de irrespeto constante a las normas. Pocas veces encontramos una sonrisa o una palabra amable en las personas a quienes solicitamos algún servicio. Quienes ostentan cargos públicos, particularmente quienes son políticos en ejercicio, manejan lenguajes agresivos, culpando siempre al otro y creyendo ser dueños de una verdad absoluta. Hay, en general, una actitud de irrespeto a los demás, en cualquier ámbito social. No somos capaces de aceptar que somos diversos, plurales en pensamiento, con intereses variados. No somos capaces de reconocer que el buen diálogo se basa justamente en respetar lo que el otro piensa, en escuchar sus puntos de vista, en discrepar a base de razones. Los acuerdos surgen del intercambio y el análisis de posturas diversas.

Dentro de ese deseado ambiente de paz aspiramos también a la justicia en todos los escenarios de nuestras vidas. No me refiero a la administración de justicia, que es otro capítulo y que requiere el análisis de expertos en el tema. Me refiero a la necesidad de forjar una sociedad justa, equitativa, con las menores desigualdades sociales y económicas posibles. No es justo, por ejemplo, que los pacientes continúen rogando en los hospitales públicos por las medicinas que necesitan, que quienes padecen enfermedades crónicas no puedan aspirar a mejorar su calidad de vida. La injusticia se palpa diariamente en las calles: personas que carecen de trabajo, personas que son explotadas laboralmente, personas que viven en condiciones de pobreza, niños que padecen hambre y crecen desnutridos.

Paz y justicia, dos palabras que engloban una larga lista de desafíos. Construir paz y justicia depende también de nuestra conciencia social y actitud solidaria. Es mi deseo que todos los ecuatorianos podamos alcanzar un estado de bienestar a través de una sociedad justa y en condiciones de armonía. Feliz 2023. (O)