En estos días, la apurada Asamblea Nacional tratará el aumento de penas para adolescentes infractores. La ineficaz medida, estudiada ampliamente en muchos países, no funciona para disminuir la criminalidad en adultos y mucho menos será detrimento en adolescentes que en su gran mayoría están desarrollando el sentido de consecuencia de sus actos.
¿Por qué se proponen medidas que no sirven en ninguna parte? Porque el Parlamento, al igual que el resto del país, cada día habla menos de lo importante y sobrevive por medio de lo efímero.
Por un lado, están los que quisieran encerrar a todos los que parecen delincuentes –generalmente pobres y excluidos– y tirar las llaves, matarlos de hambre. Sin razonamiento ni evidencias, pero con incalculable ira y prejuicio. En el otro extremo están quienes repiten frases de estudios extranjeros, ya viejos, sin entender las dinámicas actuales y de distintas regiones, ni las condiciones socioeconómicas de nuestro país.
Los adolescentes son víctimas de adultos que los reclutan. Sí, una parte lo son, pero sin duda no todos. Ver al joven que graba sus crímenes con un teléfono en mano mientras que con la otra dispara desde una moto y decir que es manipulado por el miedo a líderes de una banda es no querer enfrentar la realidad: hay jóvenes que delinquen con perfecta conciencia de sus actos.
Esos adolescentes son victimarios, no deben ir a una cárcel de adultos, pero su rehabilitación –de ser posible– no puede ser junto a jóvenes que sí están detenidos por no tener oportunidades y ser manipulados por otros. No es lo mismo robar por ser excluido del colegio, por no tener qué comer que hacerlo para ganar puntos de admiración entre colegas de la banda. Los adolescentes aún no han desarrollado su cerebro para controlar sus impulsos o medir consecuencias. Sin duda la inmadurez del proceso de crecer –lo que es desde la epistemología la adolescencia– no es justificación de la criminalidad, prueba de ello es que son un porcentaje pequeño los chicos que cometen crímenes graves. El biologicismo es una forma peligrosa de explicar los delitos, puede abrir la puerta a que la mayoría de criminales sean exonerados por ser enfermos cuando perfectamente distinguen entre el bien y el mal, saben que causan daño y que, si existe justicia, serán castigados.
No hay soluciones mágicas ni obvias al problema mundial de aumento de jóvenes violentos. Necesitamos conversar, estudiar más y proponer, con probabilidad de errar, distintas alternativas de prevención y rehabilitación. Hay que entender a quienes están detenidos, hay que hablar con maestros y familiares de jóvenes infractores. Hacer el trabajo duro de escuchar, de conversar entre distintos, profesionales de salud, educadores, cientistas sociales, pero sobre todo con muchos adolescentes en los distintos grupos sociales, de género y de edad para tratar de ver más allá de frases preconcebidas y vagas que no van a disminuir la inequidad ni disminuir la violencia en nuestro país. Ante el miedo, lo que todos debemos hacer es ayudar a abrir la mente, eliminar prejuicios y así lograr un cambio significativo. (O)