El populismo está surgiendo con fuerza en diferentes partes del mundo. Este término se utiliza para describir un estilo de política que define a la arena política como una zona de conflicto entre “el pueblo” por un lado y “las élites” por el otro. Invariablemente, el político populista se presenta a sí mismo como el representante de “el pueblo” y bajo ese manto ataca, desprestigia y destruye a sus oponentes, quienes son tildados de “élites” corruptas y desconectadas de la realidad del ciudadano de a pie.

Populismo, ¿una cultura?

El populismo puede ser tanto de derecha como de izquierda. Cuando es de izquierda, la dicotomía entre “pueblo” y “élites” es definida en términos económicos: los ricos son la élite corrupta a la que el pueblo debe vencer. En su versión de derecha, el populismo a menudo se entremezcla con teorías de conspiración que afirman que el mundo está controlado por una oscura conjura que busca destruir la familia, la identidad nacional y los valores tradicionales. Bajo ese esquema, el “pueblo” es definido como las personas que creen en estos valores, mientras que “las élites” son las oscuras organizaciones “globalistas” que quieren destruirlas.

El pospopulismo en América Latina

En América Latina el populismo ha sido una fuerza política dominante a lo largo del siglo XX y XXI. Líderes como Juan Domingo Perón en Argentina o Hugo Chávez en Venezuela utilizaron un discurso populista para ganar y mantener el poder. En Europa y Estados Unidos el populismo ha tomado una forma distinta, con un auge significativo en los últimos años en la derecha. Líderes como Marine Le Pen, Viktor Orbán y Donald Trump han utilizado el populismo para criticar la inmigración, la globalización y las instituciones supranacionales. Este tipo de populismo suele estar vinculado a un nacionalismo excluyente, que busca preservar una identidad nacional percibida como amenazada.

Como el discurso populista depende de crear una narrativa de conflicto entre “nosotros pueblo” contra “ellos élites”, este necesariamente tiene que sobresimplificar todos los problemas sociales y económicos para que encajen dentro de esta historia. Esta sencilla narrativa de “buenos contra malos” es luego fácil de vender a las masas. En ese sentido, las redes sociales han favorecido enormemente al populismo. Al hablarles directamente a sus bases a través de tuits y memes, los populistas circunvalan a los medios de comunicación tradicionales, como la prensa y la televisión. No es sorpresa, entonces, que los populismos tanto de derecha como de izquierda tilden a los medios de comunicación de ser corruptos y parte de las odiadas “élites”.

Invariablemente, sea de derecha o izquierda, el populismo acaba destruyendo las mismísimas instituciones democráticas que le facilitan el acceso al poder. Como el líder populista se define a sí mismo como el representante de “el pueblo”, este cree tener carta blanca para invalidar todo freno o filtro a su poder. El desprecio por los mecanismos de control y equilibrio, como la prensa libre y el poder judicial independiente, es una característica común de los regímenes populistas de toda estirpe, lo que inevitablemente lleva a una erosión de la democracia. (O)