La pandemia no deja de sorprendernos, aunque sus efectos físicos parecen cada vez menos intensos. Hay otros que van apareciendo, especialmente en la generación de centennials y unos cuantos millennials rezagados.

Uno de esos efectos es el “desencanto evasivo”, como bien lo ha rotulado Juan Isaza, experto global en tendencias, al que tuve oportunidad de escuchar esta semana en Guayaquil, por invitación de Paradais DDB. Desencanto graficado en aquella resignación a situaciones que las vemos agravándose, pero de las que nos convencemos de que ya nada podemos hacer. “Veo el problema más grave, pero me preocupa menos”. Es decir que, si ya se está dañando, más que buscar salvarlo, “dejar que se pudra”.

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Cuando creíamos que la pospandemia iba a ser, sobre todo, el motor impulsor de actividades y acciones que promovieran el desarrollo, nos encontramos con esta sorpresa que condiciona el trato con esas audiencias, que a la vez son las más requeridas por marcas, servicios y propuestas varias, como entes desarrolladores de nuevos consumos.

Pero viéndolo ya en perspectiva, puede tratarse del mismo efecto que se manifestó en las elecciones seccionales recientes, sobre todo en la provincia del Guayas. El “desencanto evasivo”, especialmente de la clase media, alcanzó a las administraciones públicas de Guayas y Guayaquil –sobre todo esta última, que quedó debiendo largamente en gestión–, y el resultado fue un giro fuerte hacia otras opciones, cuyos estrategas lograron posicionar la idea de que estaban segundos y que eran la opción. Si la mayoría del electorado ya le había perdido la fe a un modelo que durante 30 años le dio múltiples satisfacciones, en lugar de ayudar a levantarlo, ayudaron a que se vaya al fondo.

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(...) el Gobierno central tendrá una carrera contra el reloj para lograr la estabilidad que le permita llegar a la meta del 2025...

Tendencia no solo local, al menos latinoamericana, de no hacer mucho por lo que creemos ya indispuesto. Que podríamos también interpretar con el resultado electoral de la consulta popular, cuyas preguntas –al menos tres de ellas– parecían imposibles de ser rechazadas según la lógica, pero que se constituyó en realidad en una evaluación al gobierno de Guillermo Lasso, y fue por eso que votó la mayoría, en un sobresalto más de esos que el país no mezquina.

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Pero al tratarse de una tendencia, el antídoto no está en intentar frenarla a raya y pintar flores a su paso, sino en cumplir acciones inteligentes y estratégicamente diseñadas que permitan revertir esa actitud evasiva de desencanto que puede hacernos mucho daño como sociedad. Las nuevas autoridades seccionales tienen sobre los hombros buena parte de la tarea de reversión del desencanto. Con acciones limpias y gestión eficiente, podrían intentar despertar a la ciudadanía de ese letargo. Las autoridades del Gobierno central tendrán una carrera contra el reloj para lograr la estabilidad que les permita llegar a la meta del 2025, con acciones efectivas y meritorias que lo dejen desmarcarse de esa palabra crisis que ha sido hasta ahora su permanente compañera de viaje. Que en ambos casos, seccionales y gubernamentales, los comicios hayan sido una gran escuela y se alejen todo lo posible de ese quemeimportista estado de putrefacción. (O)