El atropello contra las libertades fundamentales de los venezolanos durante el último cuarto de siglo de chavismo y la lucha que están dando en las calles por recuperarlas merecen recordar a uno de los grandes aportes de esta nación a la tradición liberal en América Latina.

Una de las mentes más lúcidas de Iberoamérica durante el siglo XX, el venezolano Carlos Rangel, presagió con mucha claridad en la década de los 70 y 80 el devenir de su país. En su libro Del buen salvaje al buen revolucionario: Mitos y realidades de América Latina (1976) retrató cómo mitos creados por extranjeros condicionan el presente, socavando el desarrollo de la región.

En su libro posterior, El tercermundismo (1982) –recientemente reeditado junto con los otros dos libros de Rangel por Cedice en Caracas–, Rangel ya veía venir movimientos ambientalistas radicales como los antinatalistas y “Extinction Rebellion” cuando advierte que una vez evidenciado el superior desempeño económico del capitalismo, el socialismo ha adoptado el argumento de que el problema del capitalismo es que produce demasiado, por lo que el socialismo “sería indispensable no para producir más, con menos esfuerzo y más libertad, sino para imponer por la fuerza la austeridad universal y así salvar el equilibrio ecológico del planeta”.

Venezuela, ¿es el momento?

Venezuela y la (des)integración latinoamericana

Pero esto y otras brutalidades, como la represión en las calles de Venezuela frente a un masivo fraude electoral, ¿cómo podrían defenderse desde un punto de vista moral? Con lo que Rangel describió como “La moral marxista”: “La fuerza o la astucia comunistas serán siempre idénticas con el interés más alto de la humanidad, lo cual exime a los socialistas marxistas-leninistas hasta de la necesidad de conducirse con caridad y decencia comunes en sus relaciones personales y familiares... Hay en todo esto una justificación filosófica sin precedentes para los comportamientos públicos y privados más brutales... La ‘nueva moral’ marxista ha resultado no en un avance en el tortuoso proceso de humanización del ‘mono desnudo’, sino un consternante retroceso. La ‘razón marxista’, si la despojamos de su arbitraria justificación historicista, se revela invariable sirviente del poder, fiel apologista de la policía, cómplice de los torturadores y de los verdugos”.

Y en la búsqueda de ese paraíso en la Tierra lleno de “hombres nuevos”, Rangel explicaba que “el utopismo es generalmente considerado virtuoso y estéticamente agradable, a pesar de los monstruos políticos que ha generado en la práctica, entre los cuales se cuentan todos los experimentos totalitarios. En cambio, el libertarianismo sufre de cierta desconsideración, por intuírselo fundado en la comprensión de que los hombres son imperfectos y dispuesto a acomodarse a esa realidad, en lugar de proponer construir un ‘hombre nuevo’, un ‘superhombre’”.

La opinión “progresista”, decía Rangel, sigue adulando a antiguos guerrilleros convertidos en “tiranos o burócratas corrompidos” porque los juzga por “su contribución al debilitamiento de ‘un orden internacional injusto’, es decir, su aporte a la eventual destrucción del sistema capitalista mundial”.

Para algunos es más importante destruir el orden económico liberal antes que aumentar la libertad y prosperidad de la gente. (O)