Siempre podemos aprender algo nuevo. Encontrar lecturas y pensamientos divergentes es una forma de blindaje personal. Creer en la transformación de nuestros mundos propios alberga esperanza. Digo esto a propósito del libro Sostener la mirada. Apuntes para una ética de la discapacidad (2020, Festina Lente), de la docente y académica quiteña Karina Marín. El libro es una construcción implicada en los afectos, en el quehacer académico y, sobre todo, en el vínculo de la autora que parte la experiencia de ser madre de un hijo, cuyo cuerpo cuesta ser visto por los demás. Un texto intimista y a la vez de potencia política y transformadora. La autora plantea “discapacitar la mirada” y cuestionar las políticas asistencialistas que han hecho de la discapacidad un molde con el que hemos aprendido a etiquetar los cuerpos ‘diferentes’.

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Sostener la mirada interpela las representaciones culturales, normativas y homogenizadoras de la diferencia. ¿Cómo enfrentamos esos cuerpos y cómo aprender un nuevo lenguaje que nos permita referirnos a ellos? Sin duda, el texto cuestiona las visiones que tenemos sobre lo que no hemos querido mirar “¿cómo liberar el lenguaje de cierto tipo de mirada?”. El pensamiento de Marín suscita levantar los silencios instalados en nuestras realidades. ¿Dónde están esos cuerpos transgresores? ¿Qué historias nos contamos sobre ellos? La educación formal que recibimos anula la posibilidad de pensarnos dentro de esa comunidad. Insiste en la capacidad productiva de los individuos y excluye otras formas de habitar el mundo. El discapacitado queda afuera.

Cuánta reparación necesita la sociedad para pensar siquiera en transformar y encaminarse hacia nuevos rumbos.

Tantas son las urgencias y demandas sociales que se hace difícil plantear acciones inmediatas. No podemos desconocer las existencias precarias y abandonadas en espacios inmersos de violencia. Pienso en los entornos hostiles donde la vida digna parece una quimera. Cuánta reparación necesita la sociedad para pensar siquiera en transformar y encaminarse hacia nuevos rumbos. Y en medios de estas complejidades emergen discursos y posturas reparadoras. Las reflexiones de Marín se convierten en un texto ruptura, en un participar en acciones colectivas porque como con cualquiera de nosotros deberíamos albergar la necesidad de “acoger la diferencia como un camino urgente de mutua afectación”.

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Comprometernos con causas ajenas a la identificadas como ‘normales’ debería ser el primer paso para lograr un camino de contención social. Sabemos que convivir en sociedad se hace cada vez más difícil si desconfiamos del otro. Las murallas que levantamos tanto interna como externamente (las rejas y ciudadelas cerradas como refugio) nos hacen vivir aislados. ¿De qué manera construimos comunidad si debemos resguardarnos de la afectación del dolor? Pienso en la fragmentación de la existencia y del estado de indefensión que hace de nosotros cuerpos dolidos. Cuerpos que necesitan mirarse y también atreverse a mirar lejos de sus propios reflejos. Cuerpos como los de Lorenza Böttner, artista transgénero, quien pintaba con los pies y la boca. En este sentido, incorporar otras realidades debería ser el primer llamado para la construcción de nuevos aprendizajes. (O)