Era una ciudad acogedora, generosa, de brazos abiertos y espíritu solidario. Sus habitantes vivían en casas de ventanas abiertas y puertas de madera. Los fines de semana paseaban en el malecón junto al río o al estero. En los barrios de la periferia, no era extraño ver a los vecinos conversando en la puerta de sus casas o jugando naipe y, claro, tomando una cervecita.
La ciudad fue creciendo, no solo en población sino también en pobreza y desigualdad. Fue la oportunidad para que llegara la droga y creciera el delito. Algunos jóvenes, que por su circunstancia no podían terminar los estudios ni conseguir trabajo, fueron terreno fértil para quienes sembraban la idea del dinero fácil. El delito se convirtió en su oficio: sicarios, extorsionadores, secuestradores, ladrones. Algunos ejercen en las calles y no faltan quienes lo hacen en cómodas oficinas.
La ciudad acogedora, de brazos y ventanas abiertas, es hoy la ciudad de las jaulas. La mayoría de la población vive tras las rejas que, por defender su seguridad, debieron instalar.
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Pero Guayaquil no es la única ciudad que ha padecido esta evolución; en nuestro continente hay otras. En la vecina Colombia hay un conocido ejemplo de recuperación: Medellín.
¿Cómo lo lograron? Tuvieron un alcalde que no era ni de izquierda ni de derecha, Sergio Fajardo, un miembro fundador del movimiento Compromiso Ciudadano, quien realmente se comprometió. En su mandato de 4 años hizo una labor de transformación urbana y social basada en la educación y logró que Medellín deje de ser la ciudad más peligrosa del mundo.
Lo primero fue disminuir la violencia. La Policía recuperó los espacios sin agresión ni maltrato, y enseguida se aprovechó el momento para ocupar los espacios ofreciéndoles a los ciudadanos nuevas oportunidades. Para esto se dio mucha importancia a la presencia y al trabajo de la Policía.
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Se puso empeño también en la actualización de la educación formal, buscando alta e igual calidad para todos, en la educción pública y en la educación privada. Partieron de la capacitación de maestros de establecimientos escolares del Estado y promovieron el reconocimiento social a su trabajo. Se construyeron varios espacios públicos muy bien diseñados: parques y plazas con bibliotecas en distintos lugares de la ciudad y, poco a poco, fue desarrollándose un sentido de pertenencia.
Estas y otras soluciones son posibles, pero hay que considerar que deben nacer del sector público porque es donde se elaboran las normas, los reglamentos, las leyes y se toman las decisiones. En el caso de Medellín fue posible porque el alcalde Fajardo y su movimiento entendieron que era necesario practicar lo que llamaron política cívica, esto es, “una acción coherente, transparente, clara, respetuosa, decente, porque eso es lo que da poder que inspira confianza”.
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Aunque no se trata de un periodo electoral para elegir autoridades seccionales, no es inoportuno y no están demás las preguntas: ¿cuál de los candidatos entiende la política como la entendieron en Medellín?, y ¿cuál estaría dispuesto a apoyar un proyecto parecido, aunque la autoridad seccional no fuera de, lo que llaman, su partido? ¿Podemos hacer algo similar? (O)