Se percibió una relativa calma previa al vaticinado engendro climático El Niño. Solo se escuchaba el lejano y solitario clamor de científicos indicando que, según las proyecciones extraídas de los instrumentos que miden las magnitudes atmosféricas, existiría alta probabilidad de que acontezca en el segundo semestre de este año un hecho de igual o mayor duración e intensidad que el vivido en los años 1997 y 1998. Cuanto más se aproxima la fecha anunciada de su peligroso arribo, se agranda la tensión, a sabiendas de que siempre ocurrirá, pues se ha transformado en un evento periódico, con su antípoda La Niña.

La gran inquietud radica en si el país estará debidamente preparado para enfrentarlo, si contará con instituciones capaces, lideradas por oficiales con respeto político con tal peso como para lograr los recursos materiales y económicos para asumir tremendo desafío que afectará a todos los segmentos sociales, en especial, como lo fue en anteriores ocasiones, a los de más bajos ingresos, peor a los ubicados en los últimos niveles de pobreza rural.

Respecto de las actividades productivas, como antes, será el amplio sector agrario el de mayor impacto y sufrimiento, lo cual resulta de gravedad absoluta, porque de él proviene la subsistencia alimenticia de la población y la suerte de los productos exportables, lo cual obliga al Ejecutivo a actuar con prontitud en la asignación de recursos que demanda su atención prioritaria para dar tranquilidad a la colectividad, dotando de maquinarias y equipos listos para intervenir en carreteras, caminos vecinales, puertos, puentes, que faciliten la movilidad de mercancías a las ciudades y los más recónditos lugares del Ecuador.

No compartimos el criterio del ministro de Agricultura, constante en revelaciones para este Diario, diciendo que enfrentará el fenómeno entregando kits en los que incluirá un reembolso a cargo de empresas aseguradoras privadas, que jamás asumirían semejante riesgo, reivindicando pérdidas de solo 27.000 hectáreas (más de 600.000 en el 97 y 98) que el funcionario estima se darían, cifra que no cubre ni siquiera los daños que sufriría el cultivo arrocero del área de Daule, devastado por la obligada apertura parcial de las compuertas de la presa Daule-Peripa. Reitero revisar el estudio hecho por la CAF que evaluó los daños de El Niño 97-98.

Se deben verificar las existencias de granos en bodegas privadas; las públicas desaparecieron. Crear suministros que garanticen el abasto poblacional; de no haberlos, empezar a crearlos o incrementarlos. Hay que evitar episodios de hambruna con asaltos a almacenamientos que se dieron en los años 1982 y 1983. Hay que fomentar la siembra en tierras altas con especies de granos adaptados a ese ambiente, en otrora de gran valía.

Son esperanzadoras las declaraciones del flamante ministro de Obras Públicas respecto de la operatividad de las vías desde y hacia las zonas con plantíos, tanto para la movilización interna como para la exportación e importación de bienes agrarios; pero cuidado con los que ingresen desde Perú, que podrían portar el patógeno Fusarium R4T, enemigo cruel de nuestros banano y plátano, libres de ese mal. (O)