Cada sábado, después de la feria y tal vez con la plata ganada durante la jornada, empezaba la borrachera. En la plaza de La Merced había una distribuidora de trago puro, las famosa “puntas” de La Maná. Probablemente no era la única, pero papá decía que desde ahí llegaban a su consultorio el mayor número de hombres y mujeres borrachos. La imagen de los campesinos ensangrentados era pavorosa y se repetía todos los sábados y yo me la repetía todos los sábados, cuando ayudaba a papá a limpiar las heridas.

Maltratar a quien deberías amar

Hombres y mujeres se emborrachaban por igual y se pegaban por igual. Yo creía que era habitual únicamente en los campesinos hasta que vi al señor de la Tienda Nueva golpear a la señora de la Tienda Nueva. “A vendeeer”, entré con el sucre en la mano. No había nadie, pero alguien gemía en la trastienda. La Soledad y yo salimos de la tienda y espiamos por la ventana. Y ahí estaba él con sus tirantes y su camisa bien planchada dando de bofetadas a la señora gordita con el pelo recogido en un moño. Golpear no era solamente cosa de indios, también era de tenderos.

En Quito, al parecer, nadie se emborrachaba y nadie golpeaba, al menos la joven yo no se enteraba. Acompañamos a mi amiga Zoila a su gran matrimonio y casi a renglón seguido fuimos testigos de su divorcio. Todo resultaba irreal en una pareja que empezó con casa propia, que se fue de luna de miel al exterior y que manejaba lujosos carros. La jorga de amigas fuimos a visitarla muy conmovidas. –¿Qué pasó?, le preguntamos. –Mi papá lo encontró golpéandome. –¡¿Te pegó?!, todas ojipláticas. –Me pegaba, lo hizo desde el primer día. –¡¿Por qué lo aguantaste?!, más ojipláticas. –Porque creí que era normal.

Los planes contra la violencia de género

Salimos cabizbajas y doblemente conmovidas. Nos enteramos de lo que nunca debimos enterarnos: ella lo vio en sus padres. Ella creía que así debía ser. Por suerte el padre, al ver que la agredida era la hija, la defendió y mandó al imbécil a pastar chirotes.

Mi amiga Mónica ejercía de psicóloga en un hospital público de niños. Atendió a una criaturita muy asustada. El pequeño tenía ataques de pánico. Mónica intuyó que el niño vivía en un ambiente violento y llamó a los padres. De manera discreta trató de preguntar cómo era la relación de los padres, e intervino la mujer: –Señorita, ¿nos está preguntando si mi marido me pega? –Sí… –Verá, sí me pega, pero solo cuando me merezco.

Legislación para la igualdad en Ecuador

Hace años, en una reunión de escritores salió este tema a la conversación, y yo, muy suelta de huesos e ignorante, dije que yo entendía el porqué de los golpes, pero que no me cabía en la cabeza por qué se aguantaban. Luego de un horrible silencio, tres personas lloraron.

Caras vemos, corazones no sabemos, decía la abuela. Los golpes y las agresiones no dependen de la raza, sexo o condición. El golpeador golpea. La golpeadora golpea. Ciertas mujeres y hombres creen que ser golpeados es lo normal, que merecen ser golpeados, e incluso que es la voluntad de Dios. Que los golpes terrenales serán recompensados en el paraíso.

Beliza Coro y Ana María Pesantes serán panelistas del foro ‘Mujeres que rompen paradigmas’, organizado por Diario El Universo

Es hora de educar con palabras, con abrazos, no con golpes. Solo así romperemos el círculo vicioso del maltrato. (O)