En la política, como en la vida, las percepciones muchas veces pueden ser más importantes que la realidad. Y lo que uno u otro opina, de determinadas situaciones, más que una opinión, suele ser una percepción, dado a que generalmente se opina sin contar con todos los elementos necesarios para que, realmente, sea una opinión fundamentada.

Pero de allí a construir una supuesta verdad, a pulso de mentiras, conocidas y voluntariamente manipuladas para justificar una posición, un argumento o un discurso político, hay una gran distancia.

Clivajes

A diferencia del pueblo, que conoce muy bien la realidad, porque la vive a diario, en la calle, en donde los discursos políticos se evaporan, cada vez que un ciudadano inocente cae abatido por la delincuencia, cada vez que una madre llora por su hijo muerto por falta de atención en un hospital o un padre deja de comer para que sus hijos puedan enjugarse la boca con alguna pálida sopa, porque no hubo plata para más, la frontera entre la percepción difundida y la realidad rara vez es cruzada por el ciudadano que goza de cierto nivel de bienestar; el que tiene trabajo, salud, educación y algo de seguridad. No digamos las élites, que viven generalmente en una suerte de burbuja con aire acondicionado y música de alta definición, rodeada de miseria, dolor y desesperanza.

Por tal motivo, el pueblo, que afortunadamente representa la gran mayoría del electorado, sabe muy bien quién le dice la verdad y quién le miente. Por ello, las encuestas y sondeos de opinión, que lamentablemente se han convertido en una suerte de mercadería que se vende al mejor postor, con honrosas excepciones, y que se multiplican en tiempos de campaña, generalmente están muy lejos de reflejar la realidad del país, y menos aún, el sentir popular.

Salvavidas con caliche

Es por esa razón que en las últimas tres elecciones, las proyecciones de estos mentirosos de la estadística han diferido diametralmente del resultado final. Y me refiero a las proyecciones iniciales; las pagadas. No a las que estos publican a última hora, cuando ya todo está casi jugado, para aparentar que coinciden con la foto de las urnas.

Los políticos pueden decir lo que quieran. Pueden mentir a diestra y siniestra, crear una realidad paralela de colores, selfis y frases de peluche; un Ecuador inexistente, de prosperidad, bienestar y seguridad. Pero al momento de votar, los ciudadanos de a pie, que como lo he dicho, gracias a Dios son los que inclinan la balanza en las urnas, votarán en función de la verdad; de la realidad que se respira en las calles y plazas del país; en los barrios, en los hospitales y en las escuelas públicas.

Ojalá las autoridades al frente del Ecuador lo entiendan y se enfoquen en hacer su tarea. En cumplir con sus compromisos electorales, porque solamente haciéndolo podrán refrendar el respaldo que recibieron en las urnas el año pasado. Y ojalá desechen a aquellos vendedores de humo, que subestiman al electorado.

Porque si un gobierno tiene éxito y recibe el respaldo del pueblo, significa que hay esperanza en mejores días. (O)