¿Por qué perdura el malestar socio-político en Ecuador? Desde pequeños escuchamos cosas como “la gente es ignorante”, “no nos da la cultura”, “las instituciones son débiles”, etc. Los especialistas nos ayudan cuando destacan factores importantes, como el triste estado de la confianza ciudadana. Pero en el sentido de los datos, en la información, el rumbo parece perderse. Aunque es patente que hay que mejorar nuestras condiciones, no queda claro cómo. Más fácil resulta desplegar a las Fuerzas Armadas antes que averiguarlo. La incógnita no deja de crecer en una época caracterizada por el remplazo del pensamiento por la propaganda. Hay quienes no saben qué argumentar si no ven primero un video medido en minutos. Las próximas elecciones sólo empeoran la situación porque antes que movilizar a la ciudadanía, la pauta es marcada por quienes compiten por el poder presidencial.

En la medida en que nos independizamos del zoológico que nos rodea surgen observaciones de claridad sensorial. Así advertimos que las instituciones ecuatorianas son fuertes. De ahí que persistan en el tiempo. Antes bien, la problemática es la baja capacidad operacional para un régimen democrático. El poder político en el Ecuador carga todavía con las marcas de la figura del hacendado. Esto impidió el desarrollo de una ciudadanía, de una nación, orientada al autogobierno. En efecto, más de la mitad de los ecuatorianos aceptarían un gobierno autoritario según Latinobarómetro. Ninguna elección será decisiva en un Estado caudillista. Aquí las ideologías son meros decorados, baratos de importar por obsoletos y cuya seguridad es ilusoria. Las decisiones que se precisan son de rango estratégico con referencia a la revolución mundial.

Para ilustrar un lado de este requerimiento, hemos reconocido que el desafío del crimen organizado ha de tratarse al nivel regional. Este es el sentido de la Alianza para la Seguridad y Justicia. Formalizada el 12 de diciembre en la Cumbre Regional de Seguridad en Barbados, cuenta con más de 20 países en mesas de trabajo técnico. En palabras de nuestra ministra del Interior, Mónica Palencia, este esfuerzo pretende “romper las barreras mentales que nos impiden pensar más allá de nuestros territorios”. Con Ecuador ejerciendo la primera presidencia de la Alianza, no es trivial medir las consecuencias diplomáticas de nuestra administración central basada en el modelo del Estado nacional. Más de una veintena de líderes iberoamericanos rechazan el trato de la vicepresidente en base a la Carta Democrática de la OEA, institución miembro de la Alianza. Su secretario general, Luis Almagro, caracterizó la descalificación de un candidato electoral como “un serio revés a la democracia ecuatoriana”. Al igual que el gobierno venezolano, así como el ruso y el chino, el ecuatoriano ha pedido que se respeten sus “asuntos internos”.

Sin embargo, hay algo todavía más fundamental. Algo esencial no solo para la seguridad integral sino para toda acción política: ciudadanía activa. Lo podemos ver con relativa claridad, aunque por contraste, en lo que disuadió un proyecto de “megacárcel” en Napo. Este problema de gobernabilidad encontrará fricción donde sea. El Gobierno actúa como si el tejido social y su expresión política fuesen rivales a combatir, ignorando que allí se encuentra su sustancia. Con razón se extreman los artistas, como vimos en el Quito Fest. Mientras tanto se agitan los perros pastores para reunir a los electores en uno de dos corrales. Pero desde la física cuántica hasta los estudios de género, es evidente que lo binario es una limitación externa, impuesta como las órdenes del hacendado. En realidad, el camino no es meramente escogido sino creado por la persona singular porque cada paso que da es superado por otro siempre nuevo. A menos que los nuevos líderes políticos se coordinen con esta libertad original, se verán restringidos en el statu quo. La organización comunitaria, social y eventualmente política es autogobierno, única forma de acción política capaz de proyectarse con resiliencia ecológica y seguridad ciudadana. (O)