Deutsche Sprache schwere Sprache: idioma alemán, idioma difícil. ¿Cuántas veces he oído esta frase y repetido yo misma este antimantra? ¿Cuántos migrantes en Alemania arrastran el peso de esta idea y la contagian a otros? ¿Por qué tanto extranjeros como alemanes nos dejamos convencer de que el alemán es una lengua particularmente difícil? El ensayo de Mark Twain La horrible lengua alemana (1880) destaca con gran humor aspectos complicados de mi lengua adoptiva, pero, ¿existe una lengua que resulte difícil incluso para las criaturas que crecen hablándola, quienes por ende poseerían superpoderes exclusivos para dominar una habilidad inalcanzable para los demás? Y, en última instancia, ¿qué significa anunciar al mundo que el idioma que uno habla es “difícil”? ¿Se trata de un inocente acto de vanidad cultural? ¿Puede uno elogiarse a sí mismo por algo que ha hecho de forma natural, como los infantes aprenden un idioma, imitando juguetonamente, explorando el mundo con las herramientas que hallan a su alrededor?
¿Quién convenció hasta a los mismos alemanes de que su lengua era difícil? ¿Quizá maestros de escuela sádicos e ineficientes que convirtieron algo tan hermoso y poderoso como el lenguaje en una tortura de reglas mal explicadas y ejercicios aburridos que nada tienen que ver con la forma natural y creativa en que los seres humanos deberíamos aprender? ¿O quizá un sistema jerárquico que humilla a quien no domina el lenguaje académico?
Emigré a Alemania ya adulta, desvaído el talento innato que tienen los niños para aprender idiomas. Resultó abrumador aprenderlo todo de nuevo, incluso dónde encontrar el interruptor de la luz del baño (¡lo ponen afuera del baño!) y lo último que uno necesita es que le vengan con la cantaleta: Deutsche Sprache schwere Sprache. Lo vamos interiorizando, convenciendo a mente y cuerpo de que sí, así es y será: el alemán es demasiado difícil para mí, amén. Y esto, aunque tal arrogancia cultural no tenga fundamento lingüístico. Desde una perspectiva occidental, las lenguas “difíciles” serían el chino, el árabe o las lenguas khoisánidas.
Dicho lo cual, el alemán sí presenta dificultades específicas, como esas palabras superlargas que lleva tiempo y práctica pronunciar, así como los artículos masculino, femenino y neutro aplicados a los sustantivos categorizados en demasiadas listas de terminaciones laboriosas de memorizar. Llevo 18 años por acá y todavía no sé el género de silla, mesa ni ventana. El inglés lo pone fácil: the. El español es misericordioso: si termina en ‘a’ es femenino, en ‘o’, masculino, más una corta lista de otras terminaciones y algunas excepciones. El inglés compensa su “simplicidad” con una enorme riqueza léxica, el español con modos y tiempos sofisticados como el subjuntivo o los clásicos enigmas del alumno: ¿ser o estar, imperfecto o indefinido? Cosas todas que en realidad son sencillas si te lo explican bien o si simplemente te vas a vivir entre hablantes nativos y te das cuenta de que incluso ellos cometen errores y sazonan despreocupadamente su habla con especias de mil sabores porque a fin de cuentas: un idioma pertenece a quien lo habla. (O)