Nadie niega que la inmediatez y la versatilidad, propias de nuestras sociedades hiperconectadas, formen parte de nuestra forma de habitar el mundo. Vivir siempre en línea nos convierte en seres capaces de enfrentar las demandas de un tiempo que fluye entre publicaciones, “me gusta”, chats y stickers. Sabemos que ser ciudadanos digitales implica participar de ciertos comportamientos. Adquirimos experiencia como navegantes inmersos en avalanchas de noticias e historias que impactan momentáneamente. Sorprende cómo la conmoción de los temas del momento se diluye. De vez en cuando, seguimos abriendo y cerrando capítulos, esperando que ocurra un fenómeno más impresionante que el reciente, una denuncia que desplace el protagonismo de la anterior. Sin duda, las redes sociales son el reflejo de nuestro tiempo, pero de un tiempo más siniestro.

Fue durante una inmersión en los relatos mínimos, propios del territorio virtual, que me encontré con el caso de Gladis. Resulta que un meme de una orca se hizo viral hace varias semanas y muchos de ellos hacían referencia a su hazaña, catalogada como “una lucha de clases”. Debo confesar que la historia me pareció fascinante e incluso inverosímil: Gladis es una orca traumatizada por un accidente que sufrió con un yate y desde entonces aprendió a atacar embarcaciones. Según los portales de noticias, ha organizado a otras orcas para hacer lo mismo. Gran parte de su actividad se desarrolla en la costa de la península de Gibraltar y su hazaña más reciente fue captada en un video realizado por las embarcaciones de la Ocean Race (regata de vela alrededor del mundo). En las imágenes se observa a varias orcas moviéndose de manera sincronizada golpeando diferentes partes de la embarcación de los participantes; en pocos segundos se puede percibir la intención del grupo. ¿Cómo se forma esta narrativa ante nuestra mirada? Me resulta extraordinario el gesto y los hechos que interpelan nuestra responsabilidad frente al hábitat de estas especies. Lo cierto es que Gladis nos ofrece debate para largo.

Las posibles razones de los crecientes “ataques” de grupos de orcas contra embarcaciones

Y en este ensamblaje de situaciones de carácter extraordinario llegó la información sobre el Titán, el sumergible extraviado semanas atrás con cinco tripulantes a bordo y su ya conocido desenlace. Muchas son las preguntas que nos hacemos quienes hemos seguido la mediática cobertura sobre el artefacto de la compañía OceanGate, sobre todo, por la agigantada suma de dinero que toda persona interesada en visitar las profundidades del océano para observar los restos del Titanic debía pagar. Las decisiones o estilos de vida excéntricos puede que lleven a un grupo de personas a decidir arriesgar su vida para cumplir un sueño. Me recuerda a las escenas de la película El triángulo de la tristeza, del director sueco Ruben Östlund, donde se abordan y satirizan los comportamientos de los ricos e influencers, quienes con sus estilos de vida muestran los excesos de estar en la cima social.

En un mundo tan desigual como el nuestro, desencanta una vez más saber que el panorama no cambia y que la mayoría asistimos al espectáculo del exceso y del ver para creer, pues el absurdo mediático impera y seduce. (O)