Siempre nos autoflagelamos diciendo que los análisis que hacemos de la política en estos lados están cargados de prejuicios y contradicciones. Pues para consuelo de muchos, algo similar se ha podido observar en estos días en las interpretaciones difundidas en los medios y en las redes sobre los resultados de la elección para el Parlamento Europeo.

Una primera muestra es la de las personas que se llenan la boca –tratando de llenar la cabeza de las demás– con el sonsonete de que no existen las ideologías, pero son las primeras en celebrar el triunfo de una ideología, la de derecha. ¿En qué quedamos, hay o no ideologías? No se puede decir que no sea ideológico apostar por la desaparición del Estado de bienestar que, dicho sea de paso, es la base de la Europa moderna. Aparte de la contradicción palpable, es interesante destacar que su festejo se basa en una verdad evidente y en dos verdades a medias.

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La primera verdad a medias es que el triunfo de la derecha no tiene la magnitud que sus fanáticos, tanto allá como acá, le han querido dar. Por supuesto hay un avance de los grupos más radicales, pero, felizmente para el conjunto de la humanidad, no constituyen un grupo homogéneo y no van a contar con la fuerza suficiente como para inclinar la balanza.

Todo indica que seguirá en la conducción del parlamento la misma alianza de las fuerzas de centro, formada por los conservadores y los socialdemócratas. Esta le ha dado estabilidad al mayor y más exitoso acuerdo internacional del mundo y es poco probable que las voces destempladas logren cambios significativos. Por supuesto, eso no quiere decir que hay ausencia de riesgos, ni que se los deba minimizar como se hizo con el fascismo y el nazismo.

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La verdad evidente es que, a pesar de su escaso peso electoral, los grupos radicales, tanto de derecha como de izquierda, tienen gran capacidad para presionar sobre esas dos fuerzas de centro.

En el caso español lo hizo Podemos con la presión sobre los socialistas y Vox sobre los Populares. En ambos casos la respuesta fue la peor de todas las que estaban a disposición. Creyeron que corriéndose hacia el lado desde el que venía la presión podrían neutralizarlos de mejor manera. No consideraron que eso les alejaba de los votantes del centro, que son no solamente los que definen la elección, sino los que sostienen el modelo democrático y del Estado de bienestar.

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Ahí es en donde aparece la segunda verdad a medias, y es que, a pesar de los errores de los dirigentes de los partidos del centro, por el momento la situación no ha llegado a los niveles que pretenden los ultras y sus seguidores. Incluso dentro de las propias filas hay signos de moderación, como los de la señora Giorgia Meloni en Italia y la señora Marine Le Pen en Francia. No es casual que ambas sientan la responsabilidad de estar al frente del gobierno, la primera porque lo ejerce (como primera ministra de Italia), la segunda porque está a punto de hacerlo (será nuevamente candidata a la Presidencia de Francia). Se confirma que la realidad es gran maestra y que, aparte de los desbordes de algunos ultras en cargos municipales o regionales, no les resulta fácil desmontar el modelo que rige desde la posguerra. (O)