La OEA sin EE. UU. es un escenario surrealista. Otra de las sorpresas de Washington fue la reciente declaración del vicesecretario de Estado, Christopher Landau, en la que hizo explícita la voluntad de su presidente de revisar su continuidad en las organizaciones internacionales a las que pertenece EE. UU. En esa intervención el funcionario expresó su insatisfacción con la OEA, específicamente por lo que ve como la inacción frente a la carencia de democracia en Venezuela, y a la crisis haitiana, pero fue más allá: se refirió a que hay Gobiernos que ven en la OEA un escenario para “molestar a los Estados Unidos”. Finalmente llamó a no sorprenderse respecto a cualquier decisión que se tome.

Más allá de las retóricas antiizquierdistas o antiestadounidenses, que son parte de nuestras culturas políticas, eliminar un espacio multilateral que comunique a los países de América Latina y el Caribe con Washington no es necesariamente una buena noticia porque dejaría la interacción con EE. UU. exclusivamente en el escenario bilateral, en circunstancias en que la asimetría de cualquiera de nuestras naciones frente a los norteamericanos es abrumadora. Las posibilidades de asociación latinoamericana frente a Washington son muy difíciles. Los acuerdos regionales parecen imposibles en estos momentos, y sin la OEA una serie de normas, reglas e instituciones que ayudan a moderar el poder político de ese país dejarían de existir. Ese organismo, es cierto, ha sido instrumentalizado históricamente por EE. UU., sobre todo en la Guerra Fría, pero probablemente el ejercicio del poder norteamericano y la subordinación latinoamericana habrían sido parecidos en esa época también sin ella.

Una de las consecuencias de las transformaciones globales que ocurrieron después de la Segunda Guerra Mundial fue la creación de la OEA. Esa entidad fue parte de un sistema hemisférico de relaciones internacionales más amplio, que comprendía un tratado de defensa mutua y proyectos financieros comunes. Washington sostiene logística y económicamente a la OEA, la organización simplemente desaparecería si se produce el abandono.

Alternativas contemporáneas a la OEA no existen. La Celac es un mecanismo de diálogo que requiere consensos, en rigor unanimidad, y ellos son muy difíciles de alcanzar. La volatilidad política de la región, por otro lado, no garantiza que se mantengan políticas de Estado, y siempre ha habido un grupo de Gobiernos que ha sugerido operar como un organismo convencional con resoluciones obligatorias, mientras que otro se ha opuesto, aunque los mismos países han cambiado de posición. Hay que fortalecer y evitar que la Celac perezca, pero el detalle no es solo que no existe un mecanismo de articulación con reglas, exclusivo de los países de América Latina y el Caribe, sino que es preferible el multilateralismo, por débil que sea, que su ausencia cuando las relaciones son entre desiguales, como es el caso de la región con los EE. UU.

El discurso de Landau, finalmente, logró su objetivo coyuntural, que era presionar para elegir una candidatura estadounidense a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pero la posibilidades del retiro sigue pendiente. (O)