¿Recuerdan la última vez que volaron una cometa? ¿Hace cuánto tiempo fue? ¿Alguna vez construyeron su propia cometa y salieron ilusionados a probarla? Tuve la suerte de hacer esta actividad en mi infancia. Y si pensamos en otras actividades de nuestra infancia, estoy segura de que nos vienen a la mente recuerdos nostálgicos y graciosos de juegos como macateta, canicas, trompos o el saltar la cuerda. ¿Recuerdan hacer barquitos de papel y probarlos en el agua? Muchos de estos juegos sencillos, pero esenciales, se han perdido y la verdad es que con ellos se va olvidando la alegría en las pequeñas acciones que realizamos y nos llenan el corazón.

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¿En qué consiste el volar una cometa? La verdad mucho más de lo que nos imaginamos. Si empezamos desde cero la fabricación debemos asegurarnos de tener los materiales necesarios. Madera, hilo, tijeras, marcadores, un peso o palito, papel de cometa, o tela ligera, pegamento, etc. Empieza la misión. Luego la armamos y para esto ponemos en práctica nuestras habilidades de carpintería, geometría, costura, ingeniería. La tenemos lista y ahora nos dirigimos a un espacio abierto natural para asegurarnos de que haya suficiente viento. Dependiendo del tamaño de nuestra cometa necesitaremos más o menos nudos de viento. Para nuestra suerte hace un día de mucho viento, y los dioses griegos de los cuatro vientos están de nuestro lado: Bóreas, Céfiro, Euro y Noto. También está sonriéndonos Ehécatl, el dios del viento, según la mitología Azteca y otras culturas de Mesoamérica.

Disfrutar de este tipo de aventuras con personas que queremos, ya sean amigos o familia, lo hace incluso mucho mejor.

Nos ubicamos con nuestra cometa de espaldas al viento, desenrollamos el hilo poco a poco y observamos cómo nuestra cometa se va elevando, y sonreímos con gran satisfacción. Luego, viene la lucha con los dioses del viento, ese tira y jala para lograr el equilibrio aerodinámico, alcanzando la altura deseada. Por momentos sentimos que estamos en control de los elementos naturales y que nuestra creación anticipa el comportamiento de los vientos. A esto los dioses hacen burla y no falta una breve ráfaga que hace que nuestro hilo se rompa y nuestra cometa se vaya, o una caída de los vientos para que la cometa realice un descenso incontrolado. La levantamos del suelo y otra vez empezamos. Nuestros sentidos están enfocados, vemos que nuestra cometa no se enrede, escuchamos por si algo se aproxima, percibimos el viento en nuestro rostro, saboreamos una sonrisa. En fin, esta experiencia que parece tan banal se convierte en un ritual o una hazaña con muchas enseñanzas de vida.

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Disfrutar de este tipo de aventuras con personas que queremos, ya sean amigos o familia, lo hace incluso mucho mejor. Si lo permitimos puede convertirse en lecciones de vida para todos. Hay que ser muy paciente con la cometa, si tensas mucho el hilo, la cometa no se elevará. Se requiere un tacto muy delicado. Al final esta acción se vuelve un ejercicio de soltar, de dejar un poco el control. Al principio es una batalla hasta encontrar el equilibrio, pero con el tiempo te conviertes en observador, reconoces que los vientos son los que mandan y que lo único que puedes hacer es dirigir la posición de la cometa para así fluir y elevarte como ella. (O)