Hasta hace pocas semanas, casi todos los analistas políticos estadounidenses aseguraban la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre, debido a una serie de circunstancias relacionadas con la salud física y cognitiva del actual presidente, Joe Biden. También se mencionaba que incluso si Biden se retiraba de la contienda, el Partido Demócrata tendría serias dificultades en encontrar un relevo con posibilidades reales de competir con Trump, toda vez que se argumentaba que por falta de tiempo y logística de campaña las chances se reducían notablemente. Sin embargo, todos esos presagios electorales cambiaron drásticamente con la incorporación de Kamala Harris (actual vicepresidenta) en reemplazo de Biden, la nueva candidata del Partido Demócrata, quien iba adelante en la mayoría de las encuestas presidenciales hasta el viernes.

Ese cambio en la decisión del electorado estadounidense debe todavía confirmarse en las urnas, pero es evidente que la irrupción de Harris ha significado un remezón inesperado en el cálculo electoral. ¿Es el caso estadounidense un ejemplo típico de la denominada volatilidad electoral? En realidad no, ya la mayoría de conceptos políticos entienden a la volatilidad como “el desplazamiento del voto entre diferentes partidos, en dos elecciones sucesivas. Lo que está ocurriendo en Estados Unidos es un cambio en las preferencias del voto por parte de los electores debido al deterioro que estaba sufriendo su candidato presidencial, es decir Biden, lo que llevaba a los propios votantes del Partido Demócrata a sentirse distantes, con un marcado decrecimiento y apatía hacia su propio líder, lo que a su vez traía consigo que se reduzca el interés del elector demócrata en participar en las elecciones de noviembre. Esa percepción está siendo superada por la figura de Harris, lo que no significa volatilidad electoral sino cambio de una percepción respecto del candidato/a.

Otros sostienen que la volatilidad política se evidencia con los desaciertos de las encuestas electorales, las cuales en los últimos tiempos difícilmente atinan en los resultados. Se menciona que estamos en la era del “voto volátil”, lo que según los entendidos empieza a ser una constante cada vez más común en las democracias occidentales. Según ese criterio, aparte de la desconexión entre los ciudadanos y los partidos y agrupaciones hay una desconfianza general hacia la clase política, a lo que suma la llamada pluralización de la sociedad. Hace algunos años se acuñó en los Estados Unidos el acrónimo vuca (volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad), el cual ciertamente determina los elementos reales de los dinámicos cambios que se producen en las preferencias electorales, lo que dificulta cada vez más el acierto de las encuestas.

Debe entenderse que en ocasiones el voto volátil está condicionado a circunstancias externas que, de darse, producen resultados inesperados, como podría citarse el ejemplo de las últimas elecciones presidenciales en nuestro país que se vieron marcadas de forma definitiva por el asesinato de uno de los candidatos presidenciales. Ya no hay resultados electorales garantizados. (O)