Uno. Élites políticas: Que la clase dominante monopoliza el poder y gobierna a la mayoría desorganizada, lo sabemos. Que las castas hereditarias afirman su derecho al mando, como observa G. Mosca en 1896, y que se fracturan cuando nuevas fuerzas nacen e infiltran otras corrientes morales, intelectuales y religiosas, también. El péndulo. Pero ¿qué pasa cuando gente astuta se moviliza hacia lo alto, con insólitas ambiciones y verbo delirante?

Dos. Élites empresariales. La transformación de capitalismo competitivo a oligopolizado y financiarizado, señala F. Fonseca en Una nueva democracia para el s. XXI, denota un cambio profundo en las élites, internacionalizadas e impersonalizadas. El Estado se debilita como apéndice de las transnacionales y la democracia cede lugar al gobierno del capital. El grito que recorre Latinoamérica es “ellos no nos representan”.

Tres. Élites socioeconómicas. Si bien el tiempo líquido contribuye a la banalidad de mucha gente acomodada, es su silencio frente a la corrupción y la impunidad lo que desvanece la función de ley y orden. Una especie de saco roto donde caben Dios y el diablo, a conveniencia según el bolsillo y las relaciones de poder. La moral en decadencia.

Cuatro. Élites académicas. En Arrasar la universidad, Z. Bauman anota que las universidades han adoptado una jerga empresarial en su gestión. El riesgo de adoptar criterios de fábricas y empresas ‘eficaces’ es la pérdida de proyectos fundacionales, humanidades, libertad de pensamiento, debate de ideas, lo cual atenta contra la integridad intelectual. Chatarra académica.

¿Dónde están las élites?

¡Ayayay las élites!

Cinco. Élites tecnocráticas. Si bien no se niegan los beneficios del uso de la tecnología en varios campos, no están muy claros los fundamentos éticos de respaldo. Grupos poderosos prometen liberar a los sujetos del sufrimiento de estar en el mundo; del hartazgo de sí mismos y de la fragilidad ante su muerte. Diría M. Houellebecq que un centímetro cúbico de antidepresivo cura diez sentimientos.

Seis. Élites culturales y medios. Z. Bauman explica en ¿Qué ha sido de la élite cultural?, que la cultura moderna líquida ya no tiene ningún pueblo al que pueda cultivar sino clientes a seducir. Y esta élite pretende alcanzarlo ya, convirtiendo “en temporales todos los aspectos de la vida de sus antiguos custodios y potenciales conversos, ahora renacidos como clientes”.

Siete. Élites del “tercer sector”. El Informe de la sociedad civil 2023 enfatiza su resiliencia admirable, pero le preocupa el futuro: poco financiamiento, pobre uso de TIC, desvinculación entre actores, escasez de voluntarios, cambio generacional, falta de sistematización y de visibilidad de impacto. ¿Y la empresa, el Estado, la academia?

Hoy las élites son rehenes de la ilusión de progreso que se estrella de frente con lo real. J. A. Miller comenta que “cuando todos van a ninguna parte, nadie parece perderse. El que va a donde quiere ir llama la atención sobre la inmovilidad de los otros, como un cohete”. Y pienso dónde están las élites antorchas que nos iluminen en la caverna. Nos hace falta la sensatez de Gustavo Noboa, la visión de Pancho Huerta, la valentía de Fernando Villavicencio… (O)