Una semana después de su discurso que golpeó el tablero de lo que hasta ahora habían sido las intervenciones del presidente Daniel Noboa Azín, seguimos en la espera de notar en su gobierno rasgos de lo que no dijo: los cómo.
Un Noboa orador tomó la tribuna de la Asamblea Nacional, el día de los héroes de la batalla del Pichincha, para multiplicar al menos por tres la duración, intensidad y autoridad transmitida usualmente en discursos parcos y pausados a los que nos tenía acostumbrados. Y sí, como él mismo lo dijo en referencia a su relación con la política tradicional (creo que también a veces con los ciudadanos habitantes ya de dos siglos) su decir y hacer resulta muy difícil de descifrar.
Sin embargo de lo cual, igual que los jueces en las cortes, su gobierno parece querer hablar a través de documentos y ya antes mismo de volverse a posesionar mandó un agresivo proyecto de “Ley orgánica para desarticular la economía criminal vinculada al conflicto armado interno”, al que al cabo de dos semanas la mayoría afín a Carondelet le había limado los dientes y aceptado hasta el cambio de nombre por el de “Ley de Solidaridad Nacional”, con la mitad de los artículos desechados al parecer para no alejar de sus votos a los de Pachakutik.
Entonces si los “cómo” del Gobierno se reflejan en la conciliación con la que han actuado en este primer proyecto los miembros de la bancada de ADN y sus aliados, debemos entender que la agresividad del discurso presidencial será un biombo detrás del cual se desarrollará la “normalidad” de la política: negociar moros y cristianos, sirios y troyanos, hasta llegar a acuerdos que a ratos suenan antinaturales, pero que históricamente han permitido avanzar hasta la consecución de un fin. Hablar de si ese fin es beneficioso o no para la población, ya es materia para otro análisis.
Si Noboa es lo suficientemente sagaz, como aparenta serlo, el hecho de haber ganado tres elecciones en seguidilla a un correísmo que no logra pasar del techo del 44 %, debe perfeccionar el mecanismo conciliador que ha puesto en marcha en la Asamblea, desde donde podrán viabilizarse muchas de las acciones que el mismo mandatario ha dicho creer urgentes para atender la crisis de mil cabezas en que está sumido el país. Más allá de posturas ideológicas rígidas, que no ha mostrado hasta ahora, o el juego de intereses económicos, del que ya hubo acusaciones en meses anteriores, en su mayoría más retóricas que verificables.
Los “cómo” pendientes son muchos. Registremos algunos para la memoria colectiva: cómo generar trabajo y sobre todo ese primer empleo que desespera a los más jóvenes; cómo mover la máquina productiva que dinamice la economía y, justamente, genere trabajo; cómo resolver la crisis que ahoga a hospitales públicos, focos recientes de corrupción; y la joya de la corona: cómo devolver la confianza callejera a la ciudadanía para que emprenda, comercie y salga a hacer su vida normal, cuando pululan los atracos motorizados y las bandas del narcotráfico libran una batalla campal por territorio, con nosotros en la mitad.
Resta esperar que la improvisación no sea el escenario de esos “cómo”. (O)