Este mes Ecuador está presente en publicaciones científicas internacionales por el descubrimiento de algunas especies: una diminuta planta, la Amalophyllon miraculum, maravilla en la cordillera Centinela, en Santo Domingo de los Tsáchilas, y en los sistemas fluviales de la Amazonía ecuatoriana fueron hallados un bagre acorazado de Orcés, o Panaqolus orcesi, y un bagre moteado-acorazado, o Panaqolus pantostiktos.

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La ubicación privilegiada del país lo hace un hábitat natural apetecido. La comunidad científica con seguridad podría hallar más si se amplían los estudios.

Universidades privadas y algunas facultades del Estado dedican tiempo a explorar la naturaleza, pero los recursos son limitados. Quienes rigen los asuntos públicos deben extender una mano.

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Y a la par de investigar es obligatorio proteger. Lamentablemente, la misma comunidad científica, ambientalistas y sociedad civil advierten de la contaminación que reduce las posibilidades de vida natural, una contaminación que también afecta gravemente al humano en quienes las consecuencias se palpan progresivamente, con el pasar del tiempo.

Mientras los políticos siguen distraídos en las pugnas por el poder, el planeta se destruye. En el caso del Ecuador, recorrer las playas de Esmeraldas, Manabí, Santa Elena o Guayas evidencia la concentración de plástico; lo mismo ocurre en ríos y lagunas. La semana anterior, organizaciones de la Amazonía llegaron a Quito para exigir la declaratoria de emergencia para detener la minería ilegal que está arrasando con sus ríos en busca de minerales.

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Así se puede seguir detallando destrucción, introducción de especies y más, pero también las buenas noticias que la comunidad científica descubre. A lo primero hay que erradicarlo y a lo segundo apoyarlo. En ambos casos una decisión que se espera del Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica tendrá el respaldo de la ciudadanía y sin duda encontrará aliados en la academia, ONG y sector privado. Hay que trabajar en conjunto para proteger el hábitat de todos. (O)