El otro día recibí el mensaje de una amiga que hace cuatro meses se convirtió en madre.

“Lo que lloro de la nada. Me río, lloro, me pongo triste, me emociono”, cuenta como queriendo encontrar respuesta a todo ese torbellino que la envuelve. Me dice que no sabe si será el puerperio pero a veces se desconoce, echa de menos a la mujer que era y no sabe cómo manejarlo.

Le respondo que es normal, que yo, casi 9 años después, sigo puérpera (no en el sentido físico sino emocional), que la maternidad te transforma de tal manera que nunca más volvemos a ser la misma.

Así como en la película Intensamente 2 llega ansiedad, una nueva emoción que despierta con la adolescencia de Reily, y pretende controlar todo, cuando tenemos un hijo llega maternidad y, literalmente, accede al centro de control mental y emocional de nuestra vida.

No es una emoción, pero es un estado de la mujer que viene acompañado de múltiples de ellas: alegría, euforia, tristeza, preocupación, culpa, cansancio, frustración, ansiedad, confusión. Y como nadie nos prepara para recibirlas, las vamos manejando como podemos, a prueba y error.

En medio de la felicidad que nos invade cuando tenemos a ese bebé que fue tan deseado y esperado, por momentos nos sentimos perdidas, incomprendidas y profundamente solas pese a estar físicamente acompañadas. “Extraño a la mujer que era cuando no era mamá. Me extraño y a la vez amo a mi hija”, escribe a modo de desahogo. Y reconoce que sus momentos de crisis tienen que ver con sus tiempos y la independencia perdida.

Parece que transitamos la locura, que la dualidad de emociones no está bien, que no es posible sentir nostalgia de lo que fuimos cuando estamos viviendo algo más grande, pero en realidad, es más normal de lo que pensamos. Ya no está esa mujer con la que crecimos. Nos transformamos (no se trata de perder nuestra esencia), tenemos otras prioridades y otros intereses; aquello que antes parecía muy importante e impostergable, pasa a un segundo plano, y empezamos a mirar esas pequeñas cosas que antes nos resultaban irrelevantes. Cuando lo entendemos, nos liberamos de la carga y nos frustramos menos.

Lo entendí con terapia, constelaciones familiares y lecturas especializadas porque si uno pensaba que lo difícil de la maternidad era gestionar las emociones de nuestros hijos, descubre que lo duro es poder gestionar las nuestras.

Así que si llegó la maternidad, abre bien los brazos y abraza la avalancha emocional que viene detrás porque es mejor aprender a caminar con ellas que intentar ponerse en frente. (O)