Que la mujer recupere su sitio en las brasas es el propósito del encuentro Nosotras parillamos, masterclass de maestras parrilleras organizado por Club Premium. La actividad, que se realizará el sábado 8 de abril, reúne a cuatro expertas lideradas por la reconocida chef manabita Valentina Álvarez, coordinadora gastronómica de la escuela, restaurante y laboratorio Iche en San Vicente, Manabí, un espacio de experiencias gastronómicas y pedagógicas alrededor de la identidad y la innovación manabita.

“Me encantaría que más mujeres se reencontraran y se reenamoraran con el fuego... Creemos que debe haber más mujeres en la parrilla y sabemos que no hay nada que no podamos hacer”, defiende Álvarez, cuyo trabajo consiste desde sus inicios en realzar y rescatar los valores culturales de la cocina manabita. Uno de esos principales valores es el horno manabita, que también será protagonista de esta clase magistral de parrilla con mujeres, tal como Valentina Álvarez lo cuenta en esta entrevista.

En los últimos años han surgido nuevas opciones de restaurantes de comida manabita en Guayaquil y otras ciudades. ¿A qué cree usted que se debe que esta cocina haya ganado tanta atención actualmente?

La comida manabita fue declarada en octubre del 2018 Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador. Esto es porque toda la propuesta gastronómica es la expresión cultural y etnográfica del pueblo montuvio, cholo. Los sabores de los platos son productos identitarios de las zonas rurales que se han transmitido por cientos de años de forma oral, de generación en generación, recetas, sabores, formas de cocinar, técnicas alrededor de la cocina. Lo clave aquí es la identidad del país y por eso es tan exitoso en marketing vender comida manaba, porque la gente se identifica claramente con los sabores.

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¿A qué se refiere la noción de “rescatar la tradición culinaria de Manabí”? ¿Por qué es necesario esto, en qué momento se empezó a perder?

Yo reflexiono mucho en esta idea. La generación de las abuelitas es la que domina las técnicas del horno manabita, y sus recetas no están escritas en un libro. Hay historiadores como Libertad Regalado que han hecho recetarios, pero no está toda la gama de recetas, porque muchas siguen ancladas al imaginario de estas mujeres mayores. Tenemos una nueva generación de jóvenes que no tienen idea de cómo funciona un horno manabita, por ejemplo, o cuáles son los condimentos de una sal prieta y por qué es tan importante este alimento, cómo se elabora un biche.

En esta brecha generacional ha entrado con fuerza la agroindustria en Manabí con productos procesados. Manabí fue la sultana del café, con Jipijapa como productora de café de los años 70 y 80. Ahora en todo Manabí se come las tortillas de maíz, deliciosas, pero con café instantáneo. Se ha perdido un vínculo entre entre la tradición y la nueva generación... Cuando tú valoras tus raíces, lo puedes proyectar. La única forma en que Ecuador va a salir al mundo con su gastronomía es investigando sus raíces.

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¿Qué otros valores de la tradición culinaria manabita se están perdiendo?

Podría hablar de muchas cosas. Por ejemplo, el famoso queso manabita, reconocido en todo el país es parte del Arca del Gusto de slow food. ¿Cómo se está perdiendo? La industria te advierte que es un queso hecho con leche cruda, que tiene que ser pasteurizado, que tiene que realizarse en tales condiciones, pero en ese proceso pierde su identidad. Hay valores culturales alrededor de cada producto, desde la cocina manabita, a cargo de una mujer regente, de la matriarca, se planifica la vida misma de la ruralidad y cuando ya no hay ese espacio, hay una desagregación respecto a la cocina. Cuando la cocina se percibe solamente como un espacio de cocinar por sobrevivir le quita su importancia, su rol social.

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¿Cómo podemos contribuir los comensales al rescate de este tipo de cocina para que se siga posicionando?

Como comensales, primero de interesarse entender estás comiendo, que tiene que ser rico. No puedo hablar de todo esto si te sirvo algo que está incomible. Debe ser delicioso, porque así te interesa aprender, por ejemplo por qué te pusieron un seco de gallina sin arroz, como lo servíamos aquí. A veces me ha tocado clientes indignados. Entonces les explico que nuestros campesinos, que mi abuelo entre ellos, no lo comía con arroz sino con germen de maíz, el sango, que es una especie de mazamorra, que era el acompañante de todas nuestras comidas. El arroz viene la época republicana, se hizo popular y desplazó al zapallo, al maíz, y eso también causó problemas en la salud pública. Manabí tiene los índices de la obesidad y diabetes más altos, porque entró el arroz con fuerza, porque hay una carga de carbohidratos entre comidas. Todo se desbalancea si uno no conoce y así funciona la pedagogía con el visitante, con el comensal.

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En un reality de cocina en televisión, usted mencionaba que la base de la cocina manabita era el verde y el maní, ¿Eso es el todo cierto?

Manabí tiene un producto identitario, el verde, que llegó según algunas teorías con la conquista, otras dicen que fue antes. Pero hay otros dos productos que son milenarios y que los usamos desde mucho antes, que son el maíz y el maní. El maní es un producto de vital importancia no solamente por su alimento, esta zona fue idónea para cultivarlo, sobre todo el valle de Tosagua, donde se ha encontrado con la investigadora y cocinera Fanny Vergara más de 15 variedades de maníes y en Manabí se han registrado hasta 18 variedades. No es una cosa menor. Hay tantas variedades, porque el clima de Manabí es perfecto para su cultivo y tiene un gran valor ancestral. Cuando la gente cuando comía maní se sentía saciada y con mucha energía y el consumo continuado en las primeras civilizaciones de este territorio hizo que mejorara la calidad de la cerámica. Es un estudio que ya se ha hecho. El maní es un súper alimento, te mantiene mejor nutrido tienes más capacidad y puedes generar más. Por eso el maní está presente en muchísimas recetas manabitas.

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Como activista de slow food, ¿cómo se vincula la comida manabita con esta corriente?

Los principios de slow food son bueno, limpio y justo, es lo que promovemos en nuestra comunidad. La comida manabita tiene un ingrediente importantísimo que se alinea con slow food: el tiempo. Vivimos actualmente en una sociedad que nos invita a comer solamente para alimentarnos, y muchos lo hacen en 15 minutos. Y la comida, el momento para alimentarte, no es para eso. Es un momento de comunión social con tu familia, con tu entorno, de transmisión de conocimientos. Nuestro día a día nos ha hecho desvincularnos entre nosotros. La comida manabita tarda en hacerse en muchas de sus preparaciones, por eso es una comida de familia, de estar alrededor del horno, alrededor de la cosecha, de pelar el maní. Hay muchas actividades que se realizan en conjunto. Además, la mejor forma de que nuestro territorio crezca y se desarrolle de forma sostenida es vincular desde los alimentos a todo el ecosistema social.

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¿Qué nos puede adelantar de la actividad Maestras Parrilleras que organiza Club Premium?

Es una iniciativa hermosa, porque rompe estereotipos. Siempre se ha asociado la cocina a la mujer, y la parrillada es del hombre. Pero si vamos a un estudio antropológico y miramos hacia atrás, la dueña de los fuegos siempre fue la mujer. Y no solamente los fuegos, la mujer también era cazadora, también iba por grandes presas y obviamente después los echaba a la candela. Con esta masterclass invitamos a que las mujeres se inscriban a vivir un día de parrillada hecha con mujeres, con productos locales y la parrilla será el horno manabita. Con Bella, Fernanda y Karina amos a enseñar desde cómo prender la candela, cómo atizar el fuego, cómo preparar las carnes, cuáles son los puntos de cocción, las técnicas básicas. ¡Nos vamos a tomar las riendas de las parrillas! (I)