Esta singular historia se desarrolló durante doce años un territorio del Alto Marañón amazónico. Su protagonista es Alfonso Graña, un emigrante español oriundo de la parroquia orensana de Amiudal, que gobernó como apu de apus (jefe de jefes) esta zona poblada por jíbaros de las tribus aguaruna y huambisa, reductores de cabezas.

Alfonso (o Ildelfonso) Graña, nació en 1878. La enfermedad y el hambre causaban estragos y obligaron a dejar la aldea a quienes querían sobrevivir, detalla la Sociedad Geográfica Española.

De esta manera, Graña emigró a Brasil a finales del siglo XIX, ya que el gobierno de este país pagaba el pasaje de cuantos quisieran establecerse en este rico y extenso Estado.

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Por entonces se cree que el migrante tendría 18 o 19 años (1896-1897), ya que en los documentos se habla de él como “analfabeto y quinto prófugo”. Recaló, como la mayoría, en Belén de Para (Brasil) pasando a Manaos y más tarde a Iquitos (Perú). En esta zona permaneció dedicado al comercio y extracción de caucho hasta finales de 1921.

A principios del siglo XX se produjo la gran crisis del caucho, que hizo caer bruscamente su precio en los mercados internacionales. Fue entonces cuando Graña decidió dirigirse hacia Pongo de Manseriche en el Alto Marañón, es decir en la parte alta del río Amazonas y sus afluentes (río Nieva, Santiago…). En 1922 se encontraba, como él mismo refiere “… en el Santiago… dedicado a la extracción de gomas y a ganar la vida…” Por un tiempo, se pierde la pista de Graña.

Según unos autores fue raptado por los jíbaros donde logró salvar la vida gracias a que la hija del jefe se encaprichó de él, y al fallecer este, quedó Graña cómo “rey de los indios jíbaros”.

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Otros sin embargo aseguran que Graña intentó seguir su vida de recolector de caucho en estos territorios inhóspitos y, tras matar a uno de sus patrones, se refugió entre los indígenas aguarunas donde fue bien recibido y se casó con una nativa.

El portal inclusion.gob.es indica que su buena planta, herencia familiar, y tal vez las gafitas de intelectual le salvaron la vida en su encuentro con los jíbaros. Su inteligencia natural y su audacia le abrieron una nueva vida entre la barbarie y la civilización, o para ser más exactos entre dos tipos diferentes de civilidad.

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Durante su reinado sobre las cuencas de los ríos Nieva, Santiago y Alto Pastaza y el peligroso Pongo de Manseriche, Graña enseñó a sus súbditos jíbaros a mejorar la técnica de extracción de la sal, a curtir pieles, a construir chozas más resistentes y a curar sus heridas. Y cuando bajaba con ellos en balsa hasta Iquitos aprovechaba para cortarles el pelo, comprarles helados o llevarlos al cine.

Ante los occidentales ganó justa fama como guía de expediciones científicas, misioneras y comerciales, pues su ayuda devenía indispensable para adentrarse en un territorio temible, y se convirtió en héroe nacional cuando devolvió a su familia el cadáver momificado del famoso piloto peruano Rodríguez Ballón y rescató además los restos de su aeroplano.

Sobre su historia se han realizado varios documentales en España.

Graña murió de cáncer de estómago en 1934, a los 56 años.

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De acuerdo al historiador Cesáreo Jarabo y a La Voz de Galicia, su nieto, Kefren Graña, un exmaestro de 45 años y ministro de Educación de la nación wampis, es el líder de esa Federación del Río Santiago, que vigilan y controlan la riqueza y los recursos naturales del Reino que una vez gobernó su abuelo. (I)