A los 20 años recuerda que fue su primera restauración. José Medina León recibió entre sus manos la imagen de un san Gregorio totalmente destruida; una adulta mayor fue quien llegó con la figura. A esa escultura pequeña de yeso le tenía que formar las manos, parte de las piernas y volverla a pintar.

En ese tiempo, José aún no hacía trabajos completos, sino que daba soporte a su abuelo y familiares que estaban dentro del oficio de la restauración. Su tía, por ejemplo, era la encargada de pintar a mano alzada los ojos y las pestañas de las esculturas.

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Él, a sus 46 años, es la tercera generación de restauradores de la familia Medina y se ubica todos los días en la esquina de las calles 6 de Marzo y Manabí, al igual que su hermano. Una mesa de madera, pinceles, navajas, yeso en polvo, agua y pintura son parte de sus herramientas de trabajo.

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Darle una nueva vida al san Gregorio fue el primer trabajo completo que tuvo mientras acompañaba a su abuelo, que tenía un puesto en el mercado Cuatro Manzanas, centro de la ciudad. De él aprendió el oficio observándolo por años.

En ese tiempo, la regeneración del mercado no había llegado y los locales, incluido el de su abuelo, estaban dentro del predio que está entre las calles Huancavilca, Franco Dávila, Pío Montúfar y 6 de Marzo.

Antes de ese primer trabajo completo de restauración, José ya llevaba casi doce años relacionado con el oficio. Desde los ocho años empezó a pintar pequeñas esculturas que le daban sus familiares, pero no eran labores complejas.

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Durante su niñez y adolescencia observó cómo su familia poco a poco ganó el reconocimiento en cada espacio en el que se ubicaban. Trabajaron en la Bahía, en los alrededores del parque Victoria y también cerca del estadio Modelo.

Él dice que, así como hay familias que heredan el arte de la pintura o la escultura, también están los que trabajan de forma silenciosa para darle una nueva vida a esas obras.

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En los últimos meses del año se incrementa el trabajo para los hermanos Medina León. Las familias los suelen buscar para reparar figuras de los nacimientos. Foto: El Universo

Y es que José se considera casi como un escultor, ya que el oficio que ejerce requiere de precisión, de empeño y de mucho tiempo.

Restaurar una figura por completo le puede tomar más de un día. Además, siente que lo que hace también aviva el sentimentalismo de las personas, ya que muchos de sus clientes son aquellos a los que les cuesta decir adiós a una imagen por su significado.

Entre sus manos, a diario, toma figuras de yeso, mármol, fibra de vidrio, plástico, manera y resina. Usualmente, son las personas de la tercera edad las que lo buscan para los trabajos de restauración.

Para dar color a sus restauraciones, utiliza pintura sintética; y para rellenar los espacios faltantes de las piezas lo hace con una mezcla de yeso y agua, en el caso que lo requiera. José tiene mucha paciencia a la hora de aplicar las capas de material y delinear los detalles en el rostro de las figuras.

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En estas últimas semanas, de a poco han empezado a llegarle las pequeñas esculturas de los Reyes Magos que van dentro de los nacimientos que se exhiben en diciembre y del Divino Niño. Asimismo, figuras navideñas, como Papá Noel y el muñeco de nieve.

Con la llegada de estas figuras, inaugura una temporada más de restauraciones en la que el trabajo no falta. José aún mantiene la emoción de ese niño de ocho años que jugaba con las pinturas de su abuelo; y, aunque dice que este oficio a veces es poco valorado, se queda con la satisfacción que le deja ver la sonrisa de sus clientes.

“Ellos miran su escultura, su imagen, e incluso lloran porque piensan que ya la habían perdido. A veces hay personas que quieren mantener esas imágenes como recuerdo de personas que fallecen; y si yo puedo ayudar a que eso se mantenga, pues, lo seguiré haciendo hasta cuando Dios me dé vida”, dice Medina. (I)