Parecería necesario y hasta deseable plantearse los escenarios más altos y de excelencia para todo en la vida, pero resulta que este enfoque juega tremendamente en contra de la propia motivación y salud mental.
¿Por qué? Porque no es una realidad que podamos vivir en el nivel cien en todo lo que nos proponemos. De hecho, son muy pocos los ámbitos en los que podemos conseguirlo.
Vivir en los extremos es sentir que solo tiene valor el máximo de rendimiento y que los niveles intermedios de resultados o esfuerzos tienen cero valor. Esta forma de vivir te presenta el fin del mundo a cada rato, y con esto, una sensación de fracaso y frustración que se puede convertir en apatía y que disminuye la fuerza interior para seguir esforzándose.
Sentirse una y otra vez frustrado puede ser causante de altos niveles de ansiedad que pueden cronificarse, afectando el bienestar emocional. Sin salud emocional no vamos a ninguna parte.
Los adultos que actúan así suelen exigir a los menores a vivir de esa forma. Pero también influye mucho esta cultura mediática de los celebrities de la que se alimentan hoy día los niños y que los convence de que la única opción válida es lograr el éxito al más alto nivel, luciendo perfectos, destacándose en todo lo que hagan, siendo populares, aparentando alegría, aunque sea falsa.
Constato a diario la ansiedad de los adolescentes por no poder llegar donde creen que deberían y que, al no lograrlo, se frustran, se avergüenzan, o simplemente abandonan el esfuerzo de intentarlo. Y esto justamente es vivir en los extremos, con un pensamiento dicotómico de blanco o negro, del todo o nada, que deja pocas alternativas para disfrutar la vida, las personas y las experiencias desde sus distintos matices.
La flexibilidad para valorar, disfrutar y aprender de todos los estados intermedios entre el cero y el cien es el mejor regalo que podemos hacer a estas nuevas generaciones. Ya tienen bastante difícil vivir con espontaneidad, alegría y libertad sus etapas iniciales de desarrollo y formación. (O)
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