La soledad puede aparecer de la nada y de pronto, y estar muy bien.
La hiperconectividad nos lleva a generar efectos en la salud mental. Esa necesidad urgente nos pone en un punto en el que el celular esta presente noche y día.
Lo más sorprendente es que los estímulos digitales tienen un costo emocional, psicológico y social. Nuestro cerebro no está preparado para estar en alerta constantemente.
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Necesitamos instantes de calma, de pausa y de silencio.
El descanso mental y el físico permite procesar emociones, aprender, restaurarse, dejar de lado la ansiedad, irritabilidad e insomnio; no hacerlo puede llevarnos a tener una crisis emocional.
La paradoja entre la conexión constante y la desconexión interior
Vivimos expuestos a una cantidad ininterrumpida de información, imágenes, mensajes y comparaciones sociales. Esto mantiene el cerebro en alerta constante, lo que impide el descanso profundo. A la larga, agota el sistema nervioso y genera sensaciones de vacío, ansiedad, irritabilidad e insomnio.
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El descanso mental se ha convertido en resistencia y autocuidado.
La soledad tiende a tener mala fama; sin embargo, es una presencia sabia y transformadora.
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Cuando se presenta, no hay que huirle, sino escuchar la voz interna, en medio del ruido.
Estar a solas no significa sentirse sola; por un lado nos da paz, y por otro, se vuelve un espacio de creatividad y de renacer.
Recordemos que nuestro cerebro está diseñado para momentos de actividad y descanso; no logra adaptarse al mundo digital. Para lo que antes se hacía con calma, hoy en día nos cuesta concentrarnos por los estímulos constantes.
Lo más paradójico es que, mientras más conectados estamos, más desconectados vivimos.
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Tengamos en cuenta que el descanso mental no es un lujo, sino una necesidad vital. (O)