“Las mamás mienten… Todas nuestras mamás mienten y te dicen que están bien, que están tranquilas y te enteras siempre por una tía que les está faltando dinero. O que está flaquita, que no hace colas porque está trabajando”.

La frase es de Llorarás, un libro de la periodista argentina Carolina Amoroso sobre la migración venezolana en la Argentina, cuyas historias de éxodo, desgarro y familias divididas, convergen, de alguna manera, en esa columna vertebral que son sus madres. Las madres que salieron con hijos o embarazadas cuando ya no había ni para comer. Las madres que se quedaron y dependen de lo que mandan sus hijos para no desmayar mientras esperan un reencuentro.

Esas madres mienten al otro lado del teléfono para dar tranquilidad, como mentimos todas en algún momento, aunque no tengamos un hijo que se haya ido. La frase me hizo pensar en las veces que decimos a nuestros hijos que ese pinchazo no dolerá mucho (aunque ya nos está doliendo más a nosotras), que esa caída “no fue nada” y pasará enseguida, que estamos listas para contar un cuento, ayudar en la tarea de matemáticas (que tanto odiábamos en el colegio) o jugar cuando la verdad es que estamos agotadas, no entendemos de quebrados y solo queremos dormir.

También somos capaces de comer la verdura que menos nos gusta y afirmar que es riquísima porque sabemos que es nutritiva para nuestros hijos.

Con las mentiras buscamos crear una coraza en busca de bienestar o proteger cuando el miedo a lo desconocido nos invade. Digamos todo. Las madres también mentimos para ejemplificar: contamos a nuestros hijos que siempre fuimos obedientes con nuestros padres, no hacíamos berrinches y ayudábamos en la casa. Y claro, si de adolescentes se trata, no contestábamos de mala manera y no íbamos a discotecas ni fiestas sino hasta más grandes.

Los tiempos cambian, pero como ley de vida nos encontramos aplicando las mismas estrategias que nos decían y hasta nos molestaban de nuestras madres.

Las madres mienten sí y, como en aquel relato de la migración venezolana, sin importar la edad de los hijos, somos capaces de poner nuestro mejor rostro, aunque el cuerpo y el alma nos estén pasando factura. (O)