En el contexto ecuatoriano, el machismo es una realidad palpable que perpetúa la desigualdad entre géneros, normalizando la discriminación y la cosificación de las mujeres. A menudo, este fenómeno se manifiesta a través de comportamientos y creencias que promueven la idea de que los hombres ostentan una superioridad inherente.
Esta ideología no solo afecta a las mujeres, sino que también encierra a los hombres en un modelo de masculinidad rígido, que exige la demostración constante de fuerza y dominación. Así, ambos géneros sufren las consecuencias de un sistema desigual que los limita.
El machismo, entendido como la manifestación del sexismo, se traduce en una serie de prácticas y actitudes que refuerzan la jerarquía de género. Frases comunes en el lenguaje cotidiano, como “mujer tenía que ser” o “una nena”, no son meros comentarios despectivos, sino pilares que sostienen este sistema de creencias. Estas afirmaciones, repetidas en hogares y escuelas, contribuyen a la subestimación de las capacidades femeninas, reflejándose en la menor representación de mujeres en la política y el mundo laboral.
En este contexto, el término mansplaining ha cobrado relevancia, describiendo la actitud de algunos hombres que explican de manera condescendiente temas en los que las mujeres ya son expertas. Este fenómeno es un reflejo del machismo, donde las opiniones femeninas son ignoradas y menospreciadas, a menudo siendo reconocidas y valoradas solo si provienen de un hombre. Esta dinámica refuerza la idea de que la voz masculina tiene más autoridad, perpetuando así la desigualdad.
El machismo también se manifiesta en la vida diaria. Las mujeres a menudo enfrentan riesgos al caminar solas por las calles, una situación que los hombres rara vez experimentan. Además, mientras que las madres son cuestionadas por el cuidado de sus hijos, los padres no enfrentan los mismos escrutinios, lo que demuestra un sesgo de género en las expectativas sociales. En el ámbito laboral, las mujeres trabajadoras son vistas con desdén por descuidar a sus hijos, a diferencia de sus contrapartes masculinas, quienes son elogiados por su responsabilidad.
Las representaciones de la mujer en la pornografía, donde son despojadas de su dignidad y presentadas como objetos de placer, también perpetúan la cosificación y la violencia de género. En Ecuador, como en muchos países latinoamericanos, el machismo está profundamente arraigado en la cultura, evidenciado por los altos índices de violencia contra la mujer y la indiferencia del sistema judicial ante estos crímenes.
Erradicar estas actitudes y fomentar un cambio hacia el respeto y la equidad es imperativo. La igualdad de género no debería ser vista como una excepción, sino como una norma en una sociedad verdaderamente justa. A pesar de los avances logrados, queda un largo camino por recorrer, y la lucha por una sociedad equitativa para todos y todas debe continuar. En este esfuerzo, es esencial edificar una conciencia crítica que cuestione y transforme las estructuras que perpetúan el machismo y el mansplaining. (O)