La posibilidad de tener pareja implica también la de tener familia política, empezando por los suegros. La relación con los padres del otro tiene una carga de tradición e incluso de mitología: en esas historias, los mayores odian a las parejas de sus hijos y se ensañan con ellas hasta lograr separarlos.

Los relatos antiguos y modernos, las telenovelas y los esbozos de la vida privada de las celebridades que nos revelan las redes sociales la muestran como una dinámica difícil y poco deseable.

¿Qué pasa en la actualidad? En Occidente, en las culturas europeas, norteamericanas y algunas de las latinas, la participación de los suegros en la vida de la pareja a la que pertenece el hijo o la hija es cada vez más aislada, pues la mentalidad de los jóvenes adultos y nuevos matrimonios es de mayor independencia, expresa la psicóloga clínica y terapeuta Paquita Brito Clavijo.

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Foto: Shutterstock

Entre los latinos, un obstáculo para esa libertad, más que la cultura, es la situación económica, que puede obligar a que los hijos vivan con los padres por necesidad. “O a la inversa: los padres viven con los hijos por el mismo motivo”.

También ocurre que la migración de uno de los cónyuges ha conducido a que un yerno o nuera viva con los suegros. O hay otras formas de dependencia, como cuando a los mayores se les delega con regularidad el cuidado de los niños, al no poder pagar a otra persona para que lo haga.

El encuentro de tres mundos

Hoy ocurre una cuestión generacional interesante: la gente se casa a mayor edad, entre los 25 y 36 años, y en ese tiempo la relación con los padres y madres tiene más tiempo para estrecharse. Esto ocasiona que los límites se hayan desconfigurado para cuando llega el momento de la convivencia o el matrimonio.

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El psicólogo clínico y sexólogo Rodolfo Rodríguez explica esto desde la teoría de los tres mundos. Cada uno en la pareja es un mundo, y el tercero es el de la relación, donde se encuentran el uno y el otro. “Tienen que jugar con lo que cada uno trae: el apellido, la familia política; y, en ese contexto, darle un lugar a la nueva familia que nace. Allí, padre y madre ya no entran en primer plano, sino en segundo”, por drástico que eso pudiese sonar para algunos. A eso se le llama el punto de equilibrio.

Cada uno, desde sus mundos, debe poner límites a las relaciones familiares, en beneficio de la nueva pareja que se ha conformado. “Ahora, esto es una transición, no ocurre de la noche a la mañana, y a algunos les cuesta tener estos cortes”, más aún cuando tienen vínculos especiales y de larga duración, como ocurre con las empresas familiares, explica Rodríguez.

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Otra situación es la atención que se les debe a los padres y madres de edad avanzada. ¿Quién se hace cargo de llevarlos al médico, atenderlos y visitarlos? ¿Cuánto tiempo se les va a dedicar?

Es importante que la pareja hable de esto, ponga sus parámetros, pueda negociar estos espacios, “y que eso no influya en el tiempo que le den a la familia nuclear: su pareja actual y sus hijos”.

Esa negociación se da entre los dos. Si a alguno le toca brindar más tiempo a sus padres por alguna necesidad, y por eso deja de hacer algo en casa, esos sacrificios o gestiones deben dialogarse antes. “Si una persona lo decide sola, desde su mundo, se puede percibir como egoísmo”. Y si decide lo contrario, renunciar a sus deberes filiales para no tener que negociar con su pareja, verá aparecer problemas en el otro frente. “Desde que se casó ha cambiado, ahora solo está con ella, ya no se acuerda de su madre”.

Ser suegros de las nuevas generaciones

De parte de la familia política, hay que entender que se ha formado una nueva familia con sus prioridades y sus reglas, y que la escala jerárquica cambia. Eso es parte del ciclo de la vida.

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¿Qué pasa cuando los suegros quieren aportar y opinar? “Las nuevas generaciones son mucho más autónomas, distintas a las anteriores”, recalca Rodríguez. “Necesitan su propio ensayo-error, su propios métodos, y las respectivas familias deben redireccionar todas sus buenas intenciones con puntos de equilibrio y límites”.

En opinión del psicólogo, la comunicación es crucial. El rol de los suegros seguirá siendo siempre importante, porque son familia; cuando la pareja tenga hijos, va a encontrar en los padres de ambos mucho apoyo, sobre todo para el cuidado.

Los suegros son una parte importante de la familia, por su doble papel de padres y abuelos. Foto: Shutterstock

Pero, para jugar este rol de familia política de manera efectiva, hay que aceptar, desde que la pareja se conforma y aunque vivan en la misma casa, que tienen autonomía y que esta va a ir creciendo gradualmente. Los padres siempre tendrán un espacio y un tiempo en el mundo de la pareja, pero va a ser secundario con respecto a esta. “De esa manera se genera armonía en el uso de los recursos familiares y se pueden enriquecer las relaciones”.

El aspecto económico sigue siendo un factor para tener en cuenta. Vivir con los suegros sí puede comprometer la independencia y privacidad de la pareja; recibir ayuda financiera, también. El razonamiento detrás de esto es: “Si yo estoy aportando, si me hago cargo de esto, tengo voz y voto”.

Pero Rodríguez cree que hay soluciones: no negar la realidad, sino aprender a vivir con ella. Aun si suegros, yernos y nueras viven en la misma casa, se puede hablar sobre ciertas condiciones en la ayuda que los más jóvenes reciben, para que esta no sea por necesidad (con el riesgo de que genere alguna dependencia), sino como apoyo y solidaridad. La comunicación entre la nueva pareja y los padres evitará que el propósito de esa ayuda se confunda y alguno sienta que ha hecho puntos extras que le dan derecho a intervenir.

“La pareja necesita tener un esquema: así como hace su presupuesto, que les permita aceptar que los ayuden un fin de semana con los niños. A cambio, ¿qué doy? Les llevo comida, les doy un poco más de tiempo, soy recíproco”. No es, asegura el especialista, un canje, sino una forma de mantener el equilibrio y la armonía. (F)