Unirse a las reuniones de Alcohólicos Anónimos es sencillo. No hay tarifa de afiliación ni cuotas, aparte de la costumbre de la ‘séptima’, que se recoge al final de cada sesión y sirve para el bien común. Lo único que usted necesita es el deseo de dejar de beber. Nadie puede llevarlo en contra de su voluntad.

La meta de cada miembro de AA es alcanzar el estado de sobriedad permanente. No se habla de dejar de ser alcohólico, porque una vez que se entra en esta condición, no hay vuelta atrás. En el grupo hay personas que llevan tres décadas sin beber y saben que siguen teniendo una adicción.

Sus testimonios permiten recoger algunas conclusiones a las que han llegado juntos y con la experiencia de otros antes que ellos, y que permiten entender los rasgos de esa enfermedad que es el alcoholismo.

Publicidad

“Se me quitó de la mente que yo podía beber como una persona normal”

Jorge ya es abuelo, y recuerda que su primera borrachera fue a los 12 años, un 24 de diciembre. Al día siguiente lloró y prometió a sus padres que no volvería a hacerlo. “La primera mentira”. Juró la bandera en sexto curso, borracho. “Desde muchachito me cautivó, no el sabor del alcohol, sino el efecto”. Sin él, no podía ni bailar. Pero con un trago o dos, se desaparecía la timidez. “Me convertía en John Travolta. Eso me encantó”. Era tan joven que bebía en compañía de personas mucho mayores que él. Su padre fue un bebedor fuerte (ver descripción anterior), que no llegó a convertirse en alcohólico. La primera vez que vio un anuncio de AA fue en una revista, con el titular El milagro del siglo XX.

Ayudar a la persona alcohólica asumiendo sus responsabilidades es, en realidad, una forma de sostener su hábito. Foto: Shutterstock

Trató de llevar una vida normal. Se casó, tuvo hijos y consiguió un trabajo, pero siguió bebiendo sin control. Llegó al punto en que creyó estar enloqueciendo. “No sabía adónde recurrir. Llegó mi suegro y se sentó conmigo. ‘¿No te das cuenta de que estás destruyendo a mi hija y a mis nietos? Yo me los llevo’. En un acto de soberbia le dije: ‘No hay ningún problema. Lléveselos’”. Pero a las pocas horas sintió terror. “Me iba a quedar solo. Mi señora, inteligentemente, ya había averiguado de Alcohólicos Anónimos”. Ingresó sin mucha convicción y tuvo una recaída. “La recaída me hizo tocar ese fondo personal que me quitó de la mente que yo podía beber como una persona normal. Fue la primera vez que dije: ‘Soy alcohólico’”. Se integró por completo a AA en 1990. “No he vuelto a beber”.

“Estoy ahorrándome muchos años de sufrimiento”

David es estudiante universitario. “Siempre tuve problemas de conducta, y me comparaban con mi papá, Y empecé a odiarlo por lo que escuchaba de él, aunque nunca estuvo conmigo, ni para lo bueno ni para lo malo”. A los 12 años le diagnosticaron principios de esquizofrenia. “Este chico no puede consumir alcohol ni drogas, nunca”, le dijeron a su madre, en frente de él. “Cuando escuché eso, lo primero que pensé: ¿Y no me voy a tomar un trago nunca?”.

Publicidad

El alcoholismo no se cura, pero se puede detener. Un día a la vez, todos los días del año. Foto: Shutterstock

Se emborrachó por primera vez a los 17 años, y quedó prendado del efecto. “Me sentí una persona diferente. Ya no era ese niño inseguro. Era Superman. No me asustó beber, me encantó. Eso es lo que me distingue de los que no son bebedores problema”. ¿Qué se gana al entrar a un grupo de AA? “Si me mantengo aquí, me estoy ahorrando muchos años de sufrimiento”. Sus compañeros mayores saben de lo que está hablando. David ahora tiene deseos de seguir estudiando, tener un trabajo estable, y algún día casarse y tener hijos. “Llegué aquí ateo. Pero comienzas a creer que estás aquí porque existe Dios”.

“Comencé a beber de forma social”

Publicidad

Gisela sufrió abuso por parte de su madrastra. Para escapar de ella, empezó a pasar el día en la calle o con vecinos, hasta que llegara su papá. “Comencé a beber de forma social, pero eso fue un detonante de todo lo que traía de mi niñez. Necesitaba beber para no sentir ese dolor”. Bebía los viernes y sábados por la noche, pero luego lo amplió a los jueves, y empezó a fallar en el trabajo y a tener problemas de salud. “Me botaron del trabajo, y pensé que ahora tenía más libertad”. La jornada se extendió de jueves a domingo. Luego desapareció una semana, un mes, tres meses. “Mi familia no sabía nada de mí”.

Foto: Shutterstock

Ella señala hacia el cartel con los 12 pasos de AA, y recuerda cómo tuvo que empezar a conducirse con ellos, empezando por hacer un inventario moral de su vida. Aceptó que tenía una enfermedad y que su vida se había vuelto ingobernable. “Para mí fue claro, fue tan duro el golpe que me di, que cuando llegué a la sobriedad entendí que soy alcohólica para siempre. Yo ya no puedo pensar que algún día podré volver a beber”.

“Toqué fondo cuando vi a mi hijo drogándose”

Raisa detestaba ver a su esposo llegar a casa alcoholizado. La solución que él encontró a los reclamos de ella fue llevar la fiesta a casa. “Vi que eso era alegría, con razón mi esposo andaba con ellos. Comencé a beber y pensé: “Esto sí es vida’”. Descuidaron a sus hijos, y uno de ellos empezó a consumir drogas. “Toqué fondo cuando vi a mi hijo drogándose”. Lo internaron en un centro de rehabilitación. Y luego les tocó a ellos enfrentar su propia enfermedad. “Somos tres milagros, mi esposo, mi hijo y yo”.

El objetivo de reunirse a diario con un grupo de AA es alcanzar y mantener el estado de sobriedad. Foto: Shutterstock

“Entendí que tengo tres caminos: la sobriedad, la locura o la muerte”

Para Guillermo es importante estar en AA para no olvidar que es un alcohólico en recuperación. Pasó su juventud en varias clínicas, de las que salía a seguir consumiendo, mientras estudiaba, trabajaba y formaba una familia. Como creía que le iba bien, no tenía intención de dejar el consumo de sustancias. “Cuando me obligan a hacer algo, yo no lo hago. Es parte de mi vida ingobernable. Cuando entré a AA, mi cuerpo iba, pero mi mente estaba en otro lado”, recuerda. Aun así, no lo rechazaron. Ahora asiste a este grupo y a otro para mantenerse libre de drogas. “Pensé que me iban a segregar. Pero no. Entendí que tengo tres caminos: la sobriedad, la locura o la muerte. Yo no sabía si quería dejar de beber. Pero quería dejar de sufrir”. Uno de sus mayores pesares es que la persona más afectada es su madre, quien acude a un grupo para familiares de adictos. “Yo consumí alcohol y drogas, pero mi familia consumió mi enfermedad”.

“Aquí en AA no enseñamos a beber”

Publicidad

Édgar emigró a Europa porque su vida en Ecuador era insostenible, a causa del alcohol, que bebió durante 35 años. Ahora ríe de esa ingenuidad, porque lo único que hizo fue aterrizar en otro país para ser “un bebedor más”. Le duele que, por la enfermedad, él se alejó de su hija cuando esta era una niña. Ni siquiera estuvo presente en el nacimiento, porque estaba alcoholizado. “Convivir con un borracho es insoportable. Yo desaparecía por días. Mi madre (con quien vivía) quedó muy afectada”. ¿Cómo ha cambiado su vida con AA? “Entré por esa puerta derrotado. No puedo guardar reservas de que voy a volver a beber. Aquí en AA no enseñamos a beber”, dice, disipando una de las creencias erróneas acerca de la labor de la organización. “Enseñamos el programa de 12 pasos, y si los practico y soy sincero, funciona. Hay defectos, hay problemas, pero he encontrado paz”. Hoy pertenece a la mesa de servicio de su área y se enfoca en el paso 12: llevar el mensaje.

Foto: Shutterstock

“Tenía deseos de hablar, de que alguien me ayude, de cambiar”

Fabián fue varias veces desertor de la escuela, el colegio y el catecismo. No por falta de talento, sino por problemas de conducta. “Mi primer encuentro con el alcohol fue a los 11 años, en un campeonato”. Se emborrachó y quedó inconsciente. Y le volvió a pasar todas las veces que bebió. No tenía una figura paterna, le tocó trabajar desde niño. Manejar dinero le facilitó comprar alcohol y cigarrillos. Lo enviaron a vivir a otro barrio, pensando que era una cuestión de mejorar el ambiente. Un primo lo llevó al gimnasio, para ayudarlo a cambiar. “Yo no entendía que mi problema era con el trago”. Consiguió esposa pensando que así su vida se estabilizaría. La relación no funcionó. “La etapa más dura de mi vida fue cuando ella me dejó. Me entregué de lleno al alcohol. Había perdido el interés por la vida”.

Así como la depresión puede llevar al alcoholismo, el alcohol puede desencadenar cuadros depresivos. Foto: Shutterstock

Sus propios compañeros de bebida le sugerían ir a AA, hasta el día en que experimentó “una especie de arrepentimiento, es una experiencia espiritual, tenía deseos de hablar, de que alguien me ayude, de cambiar. Me llevaron a un grupo y me hicieron un test, cómo saber si eres alcohólico”. Entre las pregunta había una sobre lagunas mentales. “Resulta que soy de Guayaquil, y amanecía en Milagro”, recuerda Fabián. “Hoy entiendo que es la misericordia de Dios, que tenía un motivo para nosotros”. Tiene 16 años de sobriedad. (F)