Los sombreros que Simón Espinal elabora en la sala de su casa en la comuna de Pile del cantón Montecristi terminan en Estados Unidos. Allá tiene un socio: Brent Black, un comerciante que se encarga de venderlos y los envía a diferentes países del mundo.

Simón dice que ese es el mercado de todos los sombreros finos de paja toquilla, la mayoría se venden en Estados Unidos y Europa, muy pocos se quedan en el Ecuador.

“La verdad es que aquí no se paga el precio real. La gente no conoce lo que cuesta hacer un sombrero de estos, por eso nadie le va a pagar 1.000 dólares o más”, expresa.

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Debido a esto a los artesanos de Pile, pueblo de Montecristi donde se elaboran los sombreros más finos, no les queda más opción que vender el producto a los comerciantes.

Simón recibe una mensualidad de aproximadamente 500 dólares de su socio Brent Black para que se dedique a elaborar sombreros. Su producto es de los más finos que hay en el mercado. Él hace sombreros del grado 50 en adelante. En el exterior pueden costar 10 o 15 mil dólares. Por ello hace contadas unidades.

Invirtió en sombreros de paja toquilla y ahora más de 300 se lucen en las islas Galápagos y en Estados Unidos

Los grados son las veces que el tejido da vueltas sobre cada fibra. Los hay hasta el grado 62, el más fino que se ha hecho. Ese puede llegar a costar 25.000 dólares en el extranjero.

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Simón hizo uno y su socio Brent Black lo vendió. También están los de menos de 20 grados. Esos cuestan 60 o 100 dólares y se los encuentra en ferias o algunos negocios de Montecristi.

“Hay otros sombreros que son más económicos, los venden en 20 dólares, pero esos los hacen en Cuenca nomas y los traen para acá. Esos son solo de 15 grados, son sencillos”, cuenta Simón.

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En Pile hay al menos 200 artesanos de sombreros. Cada uno elabora como promedio tres sombreros al año. Es decir que en total se elaboran cerca de 600 sombreros finos de paja toquilla cada año. Todos se van al exterior con cerca de 20 a 30 comerciantes, agrega Simón.

Ramona Chávez, Pedro Delgado y Juana Mero, elaboran sombreros en la celebración de los 11 años del reconocimiento de la Unesco al tejido de los artesanos.

Justamente este lunes 5 de diciembre algunos de esos artesanos llegaron a Ciudad Alfaro en Montecristi para conmemorar los 11 años desde que la Unesco reconoció al tejido del sombrero de paja toquilla ecuatoriano como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Graciela López, dirigente de la asociación de artesanos del Pile, Asomanapile, estuvo en el evento y comenta que el sombrero no es bien pagado en el país.

Cuenta que pocas personas conocen que elaborar uno puede llevar hasta seis meses, por eso solo compran los más económicos que se venden en ferias. “Yo le entregué el sombrero a un comerciante, que los busca por pedido, pero tampoco lo quieren pagar bien, eso es un problema para nosotros porque dedicamos mucho tiempo a elaborarlos”, expresa.

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Sombreros de paja toquilla, un toque de color a lo tradicional

Graciela dice que como gremio lo que buscan es vender de manera directa los sombreros y para eso requieren la ayuda de organismos de gobierno y otras entidades que lo promocionen.

Simón Espinel, artesano de Pile, elabora sombreros que se venden en el extranjero.

Joselías Sanchez, director ejecutivo de Ciudad Alfaro, comenta que buscan destacar la importancia del sombrero y que se valore el trabajo de los artesanos.

“Recordemos que el sombrero es un proceso, desde el que siembra, hasta el que saca la hoja de la paja toquilla y los que tejen. Hoy por hoy lo que se hace en Pile tiene un alto valor en la moda a nivel internacional”, añade.

Dice que es hora de que los ecuatorianos sean conscientes del arte de tejer un sombrero, algo que se realiza en al menos 12 comunidades de Manabí, sin embargo es Pile, la cuna del sombrero más fino del mundo.

Paulina Ordoñez es la presidenta de Asopropile, una asociación de artesanos que lleva cinco años formada y que agrupa a cerca de 43 tejedores.

Dice que se asociaron para buscar compradores y venderlo el sombrero de manera directa. Ya no quieren depender de los intermediarios.

Está segura que existe aún el deseo en las familias de que el tejido de sombrero no muera. Los padres le siguen enseñando a sus hijos a tejer, pero no se está pagando bien por un sombrero. Paulina quiere que sus sombreros sean bien vendidos, que la tradición nunca muera.

Cuenta que hace ocho años se creó una escuela para enseñarles a los más jóvenes a tejer sombreros. Lo construyó el Estado, pero ahora funciona a medias.

Actualmente son las mismas familias, dentro de las casas quienes les enseñan a las nuevas generaciones a tejer los sombreros.(I)